Tecnologías para desinfectar agua por menos de 4 euros

16 julio 2009

Salvar el mundo por 3 euros

En medio de un panorama tecnológico abarrotado de pantallas de plasma y teléfonos móviles con cada vez más características y posibilidades, un nuevo tipo de aplicaciones intenta darle la vuelta a la tortilla de la innovación mundial. Se trata de sistemas para desinfectar el agua por menos de cuatro euros, herramientas agrícolas construidas con bicicletas viejas o sistemas baratos para diagnosticar el sida. Son, en definitiva, proyectos de bajo presupuesto y alto rendimiento pensados específicamente para los países en vías de desarrollo.

“Los diseñadores de hoy en día dedican todos sus esfuerzos a solucionar los problemas del 10% más rico de la población”, lamenta Paul Polak, fundador de la ONG IDE. Polak lleva más de 25 años desarrollando tecnologías para el otro 90% del mundo, cuyas necesidades básicas se ven continuamente desatendidas por al falta de interés de la investigación realizada en los países desarrollados.

Sus bombas de agua por menos de 20 euros y otros inventos han ayudado a salir de la pobreza a unos 17 millones de personas en ocho países de África y Asia, señala. Sus nuevos proyectos incluyen un microscopio muy resistente que se recarga con energía solar y kioscos de venta de agua que usan un sistema de desinfección eléctrico que cuesta unos 30 euros.

“Este campo está creciendo enormemente”, comenta Bernhard Weigl, un profesor de la Universidad de Washington que intenta desarrollar un sistema de detección para enfermedades infecciosas que cueste dos euros y sea tan fácil de usar como un test de embarazo. “La gran ventaja es que no necesitas ningún aparato, sólo un pequeño tubo en el que ya están los productos químicos que se van a usar”, explica Weigl. Cuando comenzó este proyecto hace cinco años, indica el profesor, había sólo dos o tres grupos trabajando en este campo. Ahora hay unos 50.

Estas tecnologías también han irrumpido en prestigiosas universidades como el Instituto Tecnológico de Massachusetts, donde existe un famoso centro de innovación para el desarrollo llamado D-Lab. En un destartalado laboratorio repleto de carbón, bicicletas viejas, tuberías y rudimentarias prensas de metal, unos 200 estudiantes aprenden cada año a desarrollar inventos para aquellos que carecen de agua, alimentos, energía o atención médica.

Los estudiantes tienen también la oportunidad de viajar a países en desarrollo para conocer de primera mano las necesidades de la población local e idear junto a ellos soluciones apropiadas. “Hay estudiantes a los que esta experiencia les cambia a vida”, explica Víctor Grau, un ingeniero catalán que imparte clases en este curso. “Todos los conocimientos de ingeniería que adquieren en el MIT para ir a trabajar en las grandes empresas de EEUU pueden utilizarlos en desarrollar tecnologías que tienen un impacto en países en desarrollo”, explica.

Del D-lab han salido diferentes tecnologías como, por ejemplo, un sistema para convertir desechos agrícolas en carbón, un test rápido para evaluar la calidad del agua o una bicilavadora que se utiliza en zonas donde no hay electricidad ni agua corriente.

Otras universidades de prestigio de Estados Unidos, como Berkeley, Stanford o Colorado State han desarrollado programas similares cuyos proyectos incluyen lámparas de bajo consumo que se recargan con un pequeño panel solar o bombas de agua similares a las que ideó Polak, que da clases en varios centros. “Hay una gran cantidad de estudiantes en Occidente que quiere aprender a marcar la diferencia”, señala el experto. “Es un movimiento imparable”.

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