El hombre y el agua

13 junio 2007

En numerosos lugares del planeta el agua ha sido considerada como una riqueza que emanaba de los poderes divinos, mientras la sequía obedecía a una maldición de los primeros.Hoy en día la búsqueda y la necesidad de este elemento, que ocupa el 71% de la superficie terrestre, concentran los esfuerzos de expertos y científicos para mantener el continente húmedo, pero los océanos se recalientan, los glaciares se deshielan, el llamado efecto invernadero y el calentamiento del planeta amenazan sin piedad los ecosistemas.

Los periodos de gran sequía suelen terminar en catástrofes naturales como inundaciones desbordantes, “tsunami”, lluvias torrenciales que arrasan cuanto encuentran a su paso. Las recientes tragedias del “tsunami” asiático y la imponente visión de una Nueva Orleans completamente anegada bajo los efectos de lluvias torrenciales y huracanes de enorme intensidad parecen demostrar que la Naturaleza se rebela contra el hombre, incapaz de controlar este cambio climático.

Un estudio elaborado por científicos de la Universidad de Indiana (Estados Unidos) revela que dos tercios de la superficie terrestre podrían acabar en un futuro en inmensos desiertos. A juicio de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en lugares de extrema pobreza, una persona puede sobrevivir con apenas cinco litros de agua al día. Según la OMS, la demanda crece más que la demografía. Además del pésimo reparto, el consumo sigue creciendo por encima, incluso, de la explosión demográfica. Entre 1900 y 1995, la demanda en el mundo se multiplicó por siete, más del doble de lo que creció la población. Cada vez resulta, por tanto, más difícil cuadrar las cuentas.

Con el paso de los siglos y el desarrollo tecnológico el respeto al agua se ha ido perdiendo y, por ello, en estos momentos un clamor parece surgir de todas partes para reclamar una “nueva cultura del agua”. En Iberoamérica subsiste una enorme veneración hacia el líquido elemento. Los mayas, los aztecas, los incas y las demás tribus indígenas adoraban este recurso como algo emanado directamente del cielo, ligaban su escasez a maldiciones o venganzas de los dioses.

En la actualidad, en numerosos lugares de México, Perú, Guatemala, Bolivia y Brasil se siguen manteniendo ritos divinos para implorar el preciado bien hídrico. Pero, en otras zonas, la sequía amenaza y hace oídos sordos a las plegarias. El peso de todo este patrimonio cultural y religioso sobre el agua no parece importar a la implacable mano del hombre en su efecto contaminador del ecosistema.

Efectivamente, como piensan las tribus indígenas amazónicas: “El hombre se olvidó del río y miró hacia el puente” y cuando hay buenos ciclos hidrológicos no se elabora una política de aprovisionamiento, de prevención de gestión y reparto adecuados. Cuando el agua es abundante, nos olvidamos de ella, la derrochamos, la contaminamos. Mientras los políticos litigan sobre el agua y los científicos buscan soluciones. Y bajo esa atmósfera se comienza a dibujar un negro y temible abismo árido, seco, que implora los beneficios del agua.


Sitio Web (URL): http://www.radional.gob.pa/portal/noticia.aspx?PaginaAnterior=Noticias.Aspx&NoticiaID=29641

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