Sin duda, el agua de naturaleza celestial, la segunda lluvia que se recoge en la cisterna, reposa en la oscuridad y los silencios, es invencible. Casi es la nada que refresca y complace, un sabor neutral, fino, sin par en la boca y en su transcurrir lento por los rincones del cuerpo.
Beber este líquido privado, fresco, al pie de esa fuente, en la mesa cercana, o a 40 kilómetros, es normal, natural y sostenible. Un placer que remite a costumbres y fidelidades directas. Esa rutina tan preciada arrastra fugaces recuerdos de saciar la sed, tras los juegos de la infancia, la merienda con pan-pan y, también, el vaso cubierto con una paño bordado ante ancianos o enfermos. Leer más.