Al agua en Tabasco … como en 1939

08 octubre 2008

Por: Redacción
Villahermosa, Tabasco

Fuente: TabascoHoy.com 8 de octubre de 2008

"Este trabajo de Pepe Bulnes narra la vida de la gente de Villahermosa durante las inundaciones”, dice el historiador Geney Torruco al referirse a la crónica publicada en 1939 en el libro ‘Tipos tabasqueños’.

Como si fuera hoy, Bulnes cuenta los estragos de la creciente y la manera en que los pobladores se las arreglaban para sobrevivir, desde los estudiantes que no iban a clases hasta “los voluntarios que nunca faltan” . A continuación, reproducimos el texto editado.

Por José Bulnes

¡Oh! Aquellos “nortes”. “Nortes amargos de nuestros pensamientos”. Aquellos “nortes” que jamás olvidaremos
y que hoy nos entristecen al sólo recordarlos.

Amanecía lloviendo. Mañana fría y nebulosa.Gris y triste. De ambiente londinense con ganas de no levantarse. Oíamos cómo iban las mulas cargadas de carne rumbo a la “Plaza vieja”. Las “chocas” de Atasta y Tamulté chapoteaban lodos con las piernas rollizas y falda levantada hasta la rodilla, con su canastón en la cabeza, lleno de tablillas de chocolates, totopostes, pelotas de pozol, flores, castañas y jonduras cocidas, tortillas fresas y calientitas, rumbo al mercado viejo.

Los aguadores no vendían sus aguas de “Tapijuluya”. Los panaderos Aurelio Madrigal, Miguel Reyna Peralta y Severiano Hernández iban de casa en casa haciendo sus entregas, con el cajón de pan guardando el equilibrio sobre sus cabezas. Tocaban las puertas. Se metían para no mojarse. Destapaban la mercancía olorosa, quitando la tapadera de hoja de lata que escurría agua, la cual hacían descansar arrimada a la “tijera” de madera: Hojarascas, cocotazos, gusanos, zizotes,
tostaditos y calientes. Encimadas, galletas de dulce y de sal. Gapuchines, ojaldras redondas y largas. Morengos. Queques, Chilindrinas, etc. Después del desayuno. Chocolate con frijoles y plátanos fritos. Vuelta a la cama calientita, confortable, donde las sábanas y cobertores convidaban a pensar, a soñar,
a dormir. Ese día nadie iba a clases. Ni los maestros de escuela. Se quedaban como los alumnos metiditos en casa. Leyendo el “Corazón” de Amicis.

Oíamos el agua cuando escurría por los solares para acanalarse entre las tejas de zinc o barro colorado, y precipitarse hacia los pedazos de cántaros o tinajas viejas, en las bateas o conchas de tortuga; en latas vacías de petróleo o en cualquier recipiente encontrado al paso. Oíamos la gota de agua que caía monorrítmicamente: tan… tan… tan…. tan… gota a gota, hasta que arreciaba el “norte” haciendo que los animales caseros buscarán refugio en los tibios hoyancos del piso de tierra, o bajo los canastos de bejuco con joloche, trapos o periódicos viejos.

Así llegaba el almuerzo. Las doce del día que parecían las ocho de la noche. El cielo triste y “llorón”. Nebuloso. Seguía lloviendo y hacía frío pero… ¿por qué nos daba tanta hambre? … Al entrar la noche (noches sin mosquitos), nos metíamos a la cama para jugar. Chacotear, “retozar” y brincar aflojando el colchón o la lona del catre de tijera. Jugar al esconde-esconde o la “casita” entre los pabellones, sábanas y cobertores. A las ocho todo el mundo dormía, mientras seguía lloviendo y nosotros sentíamos frío… mucho frío.

… Después de tres días con sus noches de constantes lluvias, el Grijalava hinchaba sus meandros desbordando sus aguas sobre las tierras bajas de San Juan, como las calles de Alvarez, Magallanes, Ayutla, Allende, Arista, y los barrios de Santa Cruz, El Jolochero, La Pólvora, Casa Blanca, Mayito, y Curahueso. En pequeños cayucos, los voluntarios que nunca faltaban, transportaban a las familias que aisladas corrían peligros por las aguas, proporcionándoles alojamiento en casas desocupadas, en las escuelas, edificios públicos y hasta en el orfanatorio de Arista.

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