Soberanía alimentaria ante la crisis socio-ambiental presente

11 octubre 2012

Úrsula Oswald Spring
CRIM-UNAM
México, 2012

La presente crisis alimentaria mundial y nacional tiene además de factores climáticos procesos de especulación en manos de empresas transnacionales, financieras y bioenergéticas. Además, 7 mil millones de personas requerirían en 2050 70% más alimentos. Esta demanda se enfrenta a límites de tierras, desperdicios por 40% de los alimentos, industrialización, mayor consumo de proteínas animales, estancamiento en rendimientos agrícolas, monocultivos, abandono de investigación agropecuaria, destrucción de reservas pesqueras, depauperación de suelos, deterioro de agostadero y fenómenos hidrometeorológicos extremos.

La contaminación de agua, el abatimiento de acuíferos y su salinización, cambios en el uso del suelo, erosión, desertificación y salinización han reducido los rendimientos en tierras de temporal, agravados por sequías e inundaciones, que han erosionado la materia orgánica y los micro-organismos en el suelo. Por último, procesos político-económicos y el abandono de la pequeña producción campesina para favorecer a monopolios transnacionales han reducido la producción de subsistencia y aumentado la migración rural-urbana. El conjunto de estos factores ha deteriorado los servicios ecosistémicos y 15 de 24 servicios ambientales mexicanos son degradados y manejados no sustentablemente. Además, la interrelación entre intereses económicos, geopolíticos y humanos está impidiendo superar la pobreza mexicana y ha producido durante la primera década del gobierno panista la muerte de 85,343 personas por desnutrición, sin tomar en cuenta la diabetes y otras enfermedades asociadas a la falta de alimentos sanos.

No obstante, nuestro país cuenta con recursos naturales para actuar proactivamente y es precisamente la crisis alimentaria que permitiría reorganizar los sectores productivos, económicos, financieros, sociales y políticos. Ello implica vincular la diversidad agropecuaria con la diversidad ambiental y cultural, donde los procesos biológicos sustentan los ciclos de nutrientes para promover una agricultura verde; apoyo a mujeres productoras de alimentos; soberanía alimentaria regional con entrenamiento y servicios de extensionismo; políticas alimentarias para superar la desnutrición crónica y el hambre que sustituyan paulatinamente las respuestas reactivas de emergencia con políticas proactivas de fomento, créditos y precios que cubran los costos de producción; vínculos entre ciencia y tecnología con la incorporación de conocimientos tradicionales y modernos para promover un desarrollo regional participativo.

El manejo racional de los recursos naturales permitirá ahorros energéticos y reducción de contaminantes y abrirá nichos locales de transición para promover un cambio paradigmático hacia una sustentabilidad mexicana, donde se combine la biodiversidad con los saberes, centrados en la demanda local y donde el comercio justo ofrecerá precios internacionales competitivos.

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