Dos décadas atrás se argumentaba que los grandes movimientos migratorios constituían alternativas implementadas de cara a la crisis centroamericana y que estaba motivada por la búsqueda de mejores oportunidades laborales y económicas (Pacheco, 1993).
La llegada del siglo XXI no estuvo exenta de diversos males sociales, sino que ha evidenciado la interrelación entre estos. En dicho sentido, el aumento del desempleo y del sector informal, la depreciación de los salarios, el endeudamiento de los pequeños y medianos productores, la desindustrialización, la destrucción del medio ambiente, la apropiación predatoria de las riquezas naturales, el aumento de la criminalidad, la violencia, el narcotráfico han aumentado la vulnerabilidad y exposición a riesgos de diversa índole en determinados sectores de la población (Caccia, 2006).