Concentran despensas en la Quinta Grijalva; faltan en otros sitios de acopio

05 noviembre 2007

LA JORNADA 5 DE NOVIEMBRE 2007 http://www.jornada.unam.mx/2007/11/05/index.php 

Alonso Urrutia y René Alberto López (Enviado y corresponsal)

Residentes de Ocuiltzapotlán, comunidad inundada del municipio de Centro, observan la llegada de la Fuerza Aérea con ayuda Foto: Reuters
Cientos de damnificados esperan ser evacuados de una zona anegada de Villahermosa

Cientos de damnificados esperan ser evacuados de una zona anegada de Villahermosa Foto: Reuters

Villahermosa, Tab., 4 de noviembre. La fila parece interminable. De cerca de un kilómetro, rodea la Quinta Grijalva y casi llega a la Catedral. Es una valla humana desesperada, que soporta más de dos horas por un kilo de frijol, otro tanto de arroz, tres latas de atún, una bolsa de galletas y un par de litros de leche. Parece poco, muy poco para la necesidad, pero es mucho para las condiciones actuales.

Extraña concentración de víveres en el emblemático símbolo del poder político en Tabasco, la residencia del gobernador. Las personas avanzan sin mucho alboroto, se diría que con resignación, a esperar más de dos horas para tener que comer. ¿Dos días?

No hay otro sitio de abastecimiento en la ciudad con tal nivel de concentración humana, porque, ciertamente, aquí nunca se acaban las despensas: el gobierno de Andrés Granier Melo tiene mucho cuidado en que eso no suceda.

Muchos de los tráileres son canalizados a la Quinta Grijalva para que nunca falten provisiones que entregar en la residencia del “químico Granier”, como le dicen con veneración al gobernador, aunque en el resto de los centros de acopio los suministros sean totalmente insuficientes.

Casi dos horas después, las personas que recibieron los víveres salen con una sensación de alivio y dócilmente dejan que se les marque la mano con plumón, para que no intenten volverse a formar.

La fila rodea un camión de carga de la Cruz Roja que se ha estacionado a unos metros de la entrada de la Quinta Grijalva e igualmente distribuye despensas.

–¿Su edad?

–55 años.

–¿Cuándo nació?

–En 1954 –responde sorprendido y con timidez el hombre que busca la despensa.

El socorrista de la Cruz Roja, rápido, saca sus cuentas y lo retira de la fila.

–Usted no tiene 55 años, pásele a la otra cola. Solamente es para los de la tercera edad y embarazadas.

El hombre no protesta y se resigna a dirigirse a la inmensa fila.

Con bastón en mano, un viejo a quien es imposible regatearle no cumplir el requisito pasa el trámite sin problema. Y más lentamente de como llegó, se lleva los comestibles.

En la sede del DIF estatal la fila no es tan grande, aunque sí considerable. Ahí se busca saciar otras carencias: la ropa y las medicinas.

“Es que todo se nos fue al agua”, justifica con cierta pena Aurora Gudiño, antes de pedir un pantalón talla 10 y una playera para niña de seis años.

De entre el montón de ropa usada salen las dos piezas que necesita.

–Éste no le viene al niño –dice.

–Que éste no le viene al niño –grita la mujer que atiende la distribución de ropa y calzado. La joven voluntaria que está detrás se da a la tarea de buscarle una nueva opción.

Quienes llegan hasta el DIF provienen en su mayoría de las colonias más golpeadas de la ciudad y las primeras que resintieron el desastre.

Largas jornadas laborales

Ésas son las tribulaciones de los pobres. Las clases medias tienen las propias. Es imposible en Villahermosa retirar dinero de los cajeros automáticos, las tarjetas de teléfono celular son realmente escasas.

“Disculpe, no le podemos dar efectivo” es la respuesta invariable de las máquinas bancarias, inoperantes por ahora.

No fluye el efectivo desde hace días, y eso es ya parte de la crisis económica que empieza a asomarse en la entidad.

Decenas de negocios cerrados. El principal centro comercial ha dejado de vender relojes lujosos, perfumes y ropa de marca para dar paso a la distribución masiva de alimentación a los centenares de albergados que ahora ocupan los cajones de estacionamiento.

Los restaurantes operan con el mínimo de personal, y expresan las disculpas consabidas: “nuestros trabajadores también están damnificados”. Y quienes laboran lo hacen en jornadas prolongadísimas, para suplir los faltantes. Por ahora la esperanza es que a partir de la semana que comienza se reactive paulatinamente la vida económica de la ciudad en las zonas no afectadas.

El descenso del agua en las carreteras que convergen en la capital ha favorecido el flujo de los camiones de ayuda para los damnificados, o de carga para intentar aliviar la escasez generalizada.

Por ahora, el estrangulamiento vial que se tenía en las vías hacia Villahermosa ha desaparecido. Ya no están las decenas de vehiculos que formaron hasta hace unos días un éxodo desesperado.

Signo de los tiempos que se viven en la entidad, ahora los vehículos de carga llegan a la capital tabasqueña escoltados por la policía, mientras a la vera de las carreteras los damnificados de los suburbios hacen señales inútiles a cuanto automotor circula, pidiendo a los conductores que se detengan. Quieren agua, comida, dinero, ayuda…

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