Cuentos y leyendas acerca de agua

03 agosto 2007

Historias para niños y adultos

El monstruo del lago Temiscamingue

En Canadá, en la frontera de Quebec y Ontario, un gran lago de 280 km2 corta el río Ottawa: el lago Temiscamingue. Sus orígenes se confunden con los del escudo canadiense, una inmensa y venerable masa rocosa compuesta por las piedras más antiguas del mundo. El escudo, erosionado y desgastado por las glaciaciones sucesivas, está casi desprovisto de tierras muebles y cultivables. El lecho del río se sitúa en una de sus fallas, de 150 metros de longitud.
         Hace 25.000 años, los hombres llegaron a esta región poco propicia a la agricultura. Como eran nómadas, tenían que cazar para aprovisionarse en alimentos y cambiar regularmente de territorio para no agotar los recursos naturales. Los víveres eran muy escasos, por lo que tenían que desplazarse frecuentemente, sin olvidar las nuevas bocas a alimentar que podían comprometer la supervivencia del grupo. Los peligros constantes no bastaban para limitar la población y los nacimientos tenían consecuencias tan dramáticas que el infanticidio era a veces la única solución. Los niños eran abandonados en los bosques o eran ahogados.
         Un día, varios hechiceros se reunieron, curiosos y preocupados por las reacciones del mundo de los espíritus frente a estos crímenes. Los hechiceros entraron en trance y descubrieron que en el fondo del lago Temiscamingue dormía una antigua criatura. Sin conocerla, la llamaron “Espíritu del lago”. El espíritu les recordaba a Nuliajuk, una niña huérfana esquimal arrojada al agua desde un kayak por los otros niños. La niña se ahogó y se transformó en un espíritu en el fondo de las aguas. Nuliajuk tenía poderes sobre los hombres y los animales. Los hechiceros supusieron igualmente que el espíritu podía ser su compañero, Ungak, “el niño que llora”. Según sus creencias, Ungak pudo haber caído prisionero del lago Temiscamingue después de una fuerte crecida.
         Los chamanes no lograron identificar a la criatura, cuyo sueño agitado influía en el comportamiento de los Algonquinos despertando malos sentimientos. Los hechiceros se reunieron en secreto para evaluar la posibilidad de que la criatura se despertara algún día. De sus descubrimientos se sabe muy poco. A lo sumo, sabemos que el espíritu había sido arrojado al lago por un sortilegio tan potente que sólo podrían deshacer los hechiceros más experimentados. Por prudencia, los hechiceros decidieron que los hombres debían seguir temiendo al “monstruo” y les aconsejaron respetar su sueño.


La historia de Arquímedes
En el siglo III a.C., el rey de Siracusa buscó al matemático griego Arquímedes para solicitar su asesoría. El rey había recibido una corona que se suponía estaba hecha a base de oro puro; pero tenía sus dudas al respecto.
Arquímedes sabía que el oro era más denso que otros metales, como la plata Después de varios intentos, el matemático encontró la solución en un momento inesperado: un día mientras se estaba dando un baño. El agua rebalsó los límites de la tina y el matemático se dio cuenta de que, para los objetos que no flotaban, el volumen del agua desplazada es exactamente igual al volumen del objeto hundido. El descubrimiento lo puso tan alegre, que saltó de la tina y corrió desnudo por la calle, gritando "¡Eureka!", que en griego significa "¡Lo encontré!".
La densidad de un material es su peso por unidad de volumen; es decir, la densidad del agua es 1 porque un litro de agua pesa 1 kg, y la densidad del hielo es 0,9 porque un litro de hielo pesa 900 gramos. Las diferencias en la densidad de los cuerpos se deben a la organización de la materia que los constituye. Así, por ejemplo, los sólidos son en general más densos que los líquidos, y éstos son más densos que los gases. Por ejemplo, el agua flota sobre la miel, pero se hunde en el aceite. Por otro lado, los líquidos ejercen sobre los cuerpos sumergidos en ellos una fuerza en sentido contrario al peso, llamada empuje. El empuje será mayor cuanto mayor sea la densidad del líquido. Por eso una tapa de plástico se hunde en el aceite, pero no en el agua.

Una molécula viajera
Mercedes Montero

Hola tengo casa nueva. Me llamo Molécula de Agua y vivo en un precioso llavero con paredes de plástico transparentes, nadando junto con unas gotas azules y rojas que todavía no me han dicho de qué están hechas, pero son divertidas y van de un lado para otro. Ahora que tengo una visión panorámica del mundo y que estoy muy tranquila, me he acordado de lo ajetreada que ha venido siendo mi vida. ¡Parece mentira!

Mis primeros recuerdos son compartiendo una corriente de un río junto con muchas más moléculas iguales que yo. ¡Era divertido! que si ahora me escurro junto a una piedra, que si ahora me roza una hoja y me quedo pegada a ella. La verdad es que tenía frío (me dijeron que veníamos de lo alto de la montaña). Al principio nos tirábamos por barrancos, y en algún remanso conocí a una libélula, y a alguna araña de agua. El mejor día fue cuando pasé a través de las branquias de un pez, recuerdo que había moléculas de oxígeno entre nosotras y el pez se las quedó todas, vaya. Después de que se acabaran los barrancos, transcurríamos en un cauce muy ancho, que no era tan divertido porque la velocidad era menor, pero como éramos muchas y además había nuevos compañeros, como las sales, teníamos mucho tiempo para conocernos. Nos encantaba mirar el paisaje, fue emocionante cuando empezamos a ver animales que nos bebían, y sobre todo los pueblos, con sus molinos, con sus tuberías, y algo extraño con cloacas que vertían directamente sobre el río y que nos ensuciaban.
Hubo una vez que nos extrañó no ver peces y que fuera imposible ver el sol con nitidez. Habíamos pasado por una fábrica y teníamos ahora como compañeros jabones, ácidos, algún metal pesado y eso hizo, o así nos lo explicamos nosotras, que nuestros amigos los peces decidieran emigrar a otra parte. Afortunadamente cerca de una gran ciudad entramos en unos tanques llenos de lodos, y como en un tratamiento de belleza cuando salimos estábamos otra vez limpias y nuestros amigos los peces habían regresado. Bueno digo peces pero la verdad es que había mucho ambiente: truchas, barbos, carpas, cangrejos, algas, moscas por ahí volando, pájaros cazando moscas, pájaros pescando, y una vez vi a un ser extraño, una tortuga en la orilla, la saludé con mucho respeto.
Después conocí el gran mundo. Fue en un verano que hacía mucho calor. Un día estaba yo en la superficie y de repente pegaba mucho el sol, y en un instante me encontré subiendo y subiendo, me sentía ligera y como expandida, Oh! qué sensación. Veía todo pequeñito, pequeñito, y junto con otro montón de moléculas empezamos ayudadas por el viento cálido a movernos a gran altura formando un ejército grande y de color blanco. Nube se llamaba este transporte. El caso es que conocí muchos países, veía los continentes, dábamos vueltas unas veces más arriba y otras más abajo, y sobre todo ¡qué grandes extensiones hemos conquistado las moléculas de agua! Me sentí importante. Volábamos hacia el Norte, no sé qué mes de qué año, cuando un día caí en mitad de un bosque.
Qué era un bosque lo sé porque lo vi desde arriba, pero rápidamente en cuanto llegué al suelo, me escurrí entre la tierra. Múltiples sensaciones, y de repente algo tiró de mí y empecé a subir. Iba por unos tubitos estrechos y conocí azúcares, iones, y lo mejor entré en un lugar llamado célula y me metieron en la fotosíntesis. Bueno no tengo palabras, como diría yo, era algo así como meterse en una atracción de feria y que todos te hicieran cosquillas. Acabé saliendo de la hoja y volando otra vez hacia las nubes. Volví a caer al poco tiempo, pero esta vez en un charquito, y un búho de ojos muy grandes vino y me sorbió por su pico.
Ahí la cosa fue muy misteriosa, calentito se estaba, pero ¡cuanto ajetreo y cuanto sitio diferente! Yo notaba, ahí dentro, cuando volábamos y cuando estábamos en una rama, cosa curiosa, sería por mi larga experiencia en el aire. Cuando salí, de nuevo pasé a la tierra, y luego surgí por un pequeño manantial. Bueno seguía mi camino.
Conocí el mar, muy saladito todo y peces mucho más grandes que en el río. Había unas cosas así como transparentes que flotaban y que brillaban en la oscuridad, con unos tentáculos, la verdad es que me daba un poco de miedo acercarme a ellas. Fue realmente maravilloso ver los peces de colores que se movían en los arrecifes y cerca de las rocas. Y donde mejor me lo pasé fue llegando a la playa, cuántas vueltas y revueltas, cuánta espuma, niños saltando por encima y pasando por debajo. Finalmente cuando aterricé en la arena rápidamente me volví a evaporar.
La verdad es que esta vez no tenía el cuerpo para viajar, pero la vida de la molécula de agua es así. Volví a ir a una nube y esta vez caí en un país donde la gente tenía un tono de piel amarillento, y los ojos rasgados. Un día en el río (también amarillo por los sedimentos) una tubería nos sorbió a muchas de nosotras dándome la agradable sorpresa de acabar en mi casa, este precioso piso de diseño, que además es llavero en el que también he viajado y que tiene una inscripción en un borde "made in china".

Leyendas del Ebro
El río Ebro, el padre de toda la península a la que dió nombre, no podía sustraerse al antiguo influjo de la leyenda. Ya los romanos lo deificaron, personificándolo en un númen sobrenatural conocido como el Flumen Hiberus, según una lápida que se conserva en el Museo de Tarragona.
         Es lo habitual: fuentes, lagos y ríos fueron en la antigüedad objeto de adoración y de prácticas rituales asociadas a la fertilidad. Para nuestros antepasados -y todavía para algún coetáneo que mantiene viva la memoria legendaria- los cursos de agua están poblados de seres de otros mundos y deidades protectoras: ninfas, náyades, lamias o lainas, fadas y donas d'aigua, xanas…
         Una leyenda sobre el origen de los Pirineos asegura que cuando Heraklés o Hércules, hijo de la diosa Hera, prendió una gigantesca pira para quemar ritualmente el cuerpo de la difunta ninfa Pyrene, las piedras se deshicieron y licuaron, y desde las montañas se convirtieron en ríos de oro. A partir de entonces, los ríos de los Pirineos fueron hollados en distintas etapas de la historia por buscadores convencidos de que en su cauce podrían hallar el rico metal. Alguno de los ríos todavía conserva un nombre asociado a esa antigua creencia, como el río Aurín.
         También el río Ebro fue, para algunos estudiosos bíblicos, la vía que siguió el nieto de Noé, Túbal, tras el Diluvio Universal, después de que las aguas comenzaran a descender y se pudiera hacer pie en alguna cumbre pirenáica. Poblaciones de la ribera del Ebro como Velilla de Ebro, Gelsa, Pina, Escatrón, Sástago, Caspe, Zaragoza o Tarazona aparecen en ocasiones señaladas como colonias fundadas por Túbal. Pueblos y razas asociados a los ríos hay muchos, pues de siempre han sido los cauces canales de comunicación y colonización. Uno de ellos, el río Gállego, Galligo en aragonés, toma su nombre del camino de los Galos, vía de penetración en tierras aragonesas de la cultura celta proviniente de Francia, y camino de comunicación hacia los Pirineos de los pobladores romanos.
         El periodista y estudioso del río Ebro José Ramón Marcuello, ha recopilado numerosas leyendas con un denominador común: la aparición de imágenes de vírgenes y santas flotando sobre las aguas del río Ebro. Así ocurre con la de Nuestra Señora de la Ola en Pinseque, Santa Madrona en Ribarroja, Santa Paulina en Ascó, Santa Susana en Amposta o Santa María de la Muela en Tudela. Y también imágenes de cristos y crucifijos: el de Gallur, la Santa Cruz de Tudela o el Cristo de Tolosa.
         Ahora bien, si hay un objeto milagroso por excelencia que adquirió virtudes sobrenaturales gracias a su aparición sobre las aguas del Ebro, ese es sin duda, la campana mágica de Velilla. Apareció navegando a contracorriente, fué sacada y colocada en el campanario de San Nicolás y, a partir de entonces, tañía sin que nadie la tocara, para anunciar grandes tragedias y sucesos.
         Hay también un curioso denominador común en algunas leyendas relacionadas con el Ebro: las historias de los decapitados. Debió ser costumbre arrojar las cabezas de los ajusticiados al cauce del Ebro, a juzgar por la abundancia de este tipo de leyendas. La cabeza del mártir Frontonio fue arrojada al Ebro, pero navegó contracorriente hasta la desembocadura del río Jalón y fué a parar a la Villa de Épila, de la que es el patrón. San Lamberto cruzó él mismo el Ebro, pero lo hizo con su propia cabeza recién cortada sujeta bajo el brazo, y fue a enterrarse en la cripta de la iglesia de Santa Engracia. Por último, Emeterio y Celedonio fueron mártires decapitados en Calahorra, sus cabezas fueron tiradas al río Ebro, flotaron hasta el mar, dieron la vuelta a la península, y aparecieron en la playa del Sardinero, en Santander, de donde son patrones.
         Y sobre gentes que van desde el río al mar, también se cuenta una leyenda de un hombre-pez que se lanzó al Ebro y apareció años más tarde en el mar Mediterráneo, historia muy parecida a la más famosa del hombre-pez de Liérganes, un cántabro aficionado a nadar que se lanzó al mar en San Sebastián y fue pescado mucho tiempo después en aguas andaluzas, con escamas en su piel y los dedos unidos por membranas.
         Pero el Ebro también sabe guardar los secretos de sus profundidades, que, a juzgar por la creencia popular -no así por las investigaciones geológicas-, son insondables al menos en un punto del cauce, concretamente junto a la tercera arcada del medieval Puente de Piedra, a orillas de la Basílica del Pilar. Se trata del temido Pozo de San Lázaro, una sima sin fondo conocido que se traga para siempre a los desgraciados que caen ahí. Y no sólo a raíz de accidentes, también los suicidas lo eligen como fatídico punto final para sus vidas, como sucedió en el siglo pasado a una pareja de enamorados que se arrojaron al Pozo unidos sus cuellos por el mismo pañuelo a cuadros, el conocido cachirulo zaragozano. Sus cuerpos nunca fueron recuperados.

Las enseñanzas del dios de la lluvia
Un día, hace muchos años, el elefante dijo al Dios de la Lluvia:
– Debe usted estar muy satisfecho, porque se las arregló para cubrir toda la tierra de verde; ¿pero qué pasaría si arranco toda la hierba, todos los árboles y los arbustos? No quedará nada verde. ¿Qué haría usted en ese caso?
El Dios de la Lluvia le contestó:
– Si dejara de enviar la lluvia, no crecerían más plantas y no tendrías nada para comer. ¿Qué sucedería entonces?
Pero el elefante quería desafiarlo y comenzó a arrancar todos los árboles, los arbustos y la hierba con su trompa, para destruir todo lo verde de la tierra.
Así pues, el Dios de la Lluvia, ofendido, hizo que cesara la lluvia y los desiertos se extendieron por todas partes.
El elefante se moría de sed; intentó cavar por donde pasaban los ríos, pero no pudo encontrar una gota de agua.
Al final alabó al Dios de la Lluvia:
– Señor, me he portado mal. Fui arrogante y me arrepiento. Por favor, olvídelo y deje que vuelva la lluvia.
Pero el Dios de la Lluvia continuaba en silencio.
Pasaban los días y cada día era más seco que el anterior.
El elefante envió al gallo en su lugar para que alabara al Dios de la Lluvia.
El gallo lo buscó por todas partes, al final lo encontró escondido en una nube. Le dijo quién era y lo alabó por la lluvia con tanta elocuencia que el Dios de la Lluvia decidió enviar un poco de lluvia.
La lluvia cayó tal como el Dios de la Lluvia le había prometido al gallo y se formó un pequeño charco cerca de donde vivía el elefante.
Ese día, el elefante fue al bosque a comer y dejó a la tortuga encargada de proteger el charco con estas palabras:
– Tortuga, si alguien viene aquí a beber, les dirás que éste es mi charco personal y que nadie puede beber de aquí.
Cuando el elefante se fue, muchos animales sedientos vinieron al charco, pero la tortuga no les dejó beber diciendo:
– Este Agua pertenece a su majestad el elefante; no pueden beberla.
Pero cuando llegó el león, no le impresionaron las palabras de la tortuga. La miró, le dijo que se fuera y bebió agua hasta calmar su sed. Se fue sin decir palabra.
Cuando el elefante volvió quedaba muy poca agua en el charco. La tortuga intentó defenderse:
– Señor, soy apenas un animalito y los otros animales no me respetan. Vino el león, y yo me aparté. ¿Qué podía hacer? Después de eso, todos los animales bebieron libremente.
El elefante, furioso, levantó la pata sobre la tortuga con la intención de aplastarla. Afortunadamente, la tortuga es muy fuerte y pudo arreglárselas para sobrevivir. Pero desde entonces la tortuga tiene su parte inferior plana.
De pronto todos los animales oyeron la voz del Dios de la Lluvia que les decía:
– No hagan como el elefante. No desafíen a los más fuertes, no destruyan lo que puedan necesitar en el futuro, no pidan a los débiles que defiendan su propiedad y no castiguen al criado inocente. Pero, sobre todo, no sean arrogantes y no intenten apropiarse de todo; permitan que los necesitados compartan su fortuna.

La novia del dios agua
Hace mucho tiempo, hubo una época que fue muy mala para la gente que habitaba estas tierras. Bulane, el Dios Agua, no había enviado lluvia durante muchos meses. Como consecuencia, los ríos se fueron secando lentamente, primero los pequeños y después los grandes, los lagos se retiraron y los pozos se secaron.
         La gente empezó a seguir a los elefantes, pues estos animales normalmente saben dónde buscar agua en épocas de sequía, y a cavar por todas partes. Cavaron en el lugar donde habían estado los ríos y los lagos, pero lo único que encontraron fue arena.
         Entonces, el gran jefe Rasenke decidió que había que buscar agua en otra región y envió a su hombre de confianza, Mapopo, con una caravana de bueyes en la que llevaba grandes calabazas secas y otras cosas para transportar agua, alimentos para el viaje, trigo y objetos valiosos que podría cambiar por agua, si tenía la suerte de encontrarla.
         Mapopo viajó durante mucho tiempo. Un día, llegó a una montaña muy alta y desde la cima pudo ver que del otro lado bajaba un pequeño río. Corrió montaña abajo y no paró hasta llegar al río. Pero cuando estaba a punto de beber su agua, una mano invisible paró su cabeza.
         Como no podía creerlo, ordenó a todos sus hombres que llenaran las calabazas. Pero al intentarlo, no pudieron conseguir ni una gota de agua. Mapopo, desesperado, llamó al Dios del Agua.
-¿Señor, por qué no nos deja beber?
– Mapopo, dijo el Dios Agua, tienes que volver con la hija de tu jefe, la princesa Motsesa. Quiero que sea mi novia, entonces podrás beber todo el agua que desees. Pero si ella se niega, todo el mundo morirá de sed en pocos días.
– Señor, contestó Mapopo, llevaré el mensaje a mi jefe; pero por favor, déjenos beber si no, el mensaje nunca llegará a su destino, porque moriremos de sed antes de poder regresar a la aldea. No puedo hablar por mi jefe; Sólo soy su criado.
         El Dios Bulane entendió su preocupación, así que Mapopo y todos sus hombres pudieron beber agua y llenar las calabazas para todo el viaje de vuelta a casa. El Dios Agua estaba de acuerdo con que su prometida esposa no podía pasar sed.
         El Jefe Rasenke no estaba feliz de ofrecer su hija Motsesa al Dios Agua, aunque era evidente que no quedaba otra solución. La muchacha se fue con una caravana llena de regalos para Bulane.
         La caravana llegó al valle; los mensajeros dejaron los regalos allí, se despidieron de Motsesa y regresaron tristes a la aldea.
         Entonces Motsesa permaneció sola en medio de esas grandes montañas, hasta que la oscuridad invadió el valle. Estaba asustada, miró a su alrededor para encontrar un buen lugar para dormir, pero no encontró ni refugio ni un ser vivo. No sabía qué hacer. El cielo oscurecía cada vez más y cuando ya no se podía ver la cima de las montañas, tuvo más miedo. Entonces gritó:
– ¡No sé dónde dormir!
– Duerme justo aquí – contestó una voz.
– ¿Aquí? preguntó la muchacha.
– Justo aquí – contestó la misteriosa voz.
         Allí no había nadie. La princesa, que tenía miedo de los animales salvajes, del frío e incluso de la voz que le hablaba, permaneció despierta largo rato antes de poder cerrar los ojos. Pero estaba tan cansada del largo viaje, que finalmente se quedó dormida.
         Al despertar, se encontró en una casa, acostada en una lujosa cama y a su alrededor había platos llenos de ricos y deliciosos manjares. Como tenía hambre, empezó a comer y cuando acabó con todos los platos, unas manos invisibles se la llevaron.
         Más tarde, cuando sintió hambre de nuevo, las mismas manos invisibles le trajeron más comida. Y así vivió muchos días, con todo lo que necesitaba a su alrededor, pero nunca veía a nadie: sólo oía, a veces, la misteriosa voz.
         Pasó el tiempo y Motsesa tuvo un niño.
         Algunos días más tarde, la misteriosa voz le dio permiso para visitar a sus padres, pero solamente para una visita. Cuando regresó a la montaña, Motsesa se llevó a su hermana pequeña, Senkepen, para no estar tan sola en aquel lugar.
         Un día le pidió a Senkepen que se quedara con el bebé mientras iba a buscar agua. Pero mientras estaba fuera, el bebé comenzó a gritar y Senkepen le cantó una canción para calmarle.
         De repente, la muchacha vio aparecer un hombre hermoso y elegante delante de ella; sus ropas eran tan brillantes que tuvo que cerrar los ojos.
– Soy Bulane, el padre del bebé – dijo el hombre – deja de cantar canciones tan absurdas y dame a mi hijo. Yo me quedaré con él.
         Bulane tomó al niño y la muchacha, muy asustada, se alejó corriendo.
         Cuando Motsesa regresó comenzó a barrer el suelo ignorando que su hermana se había ido. Entonces vio a Bulane, una figura muy alta y brillante, con su hijo en hombros.
         Aunque estaba muy asustada, alcanzó a preguntarle:
– ¿Quién es usted y qué está haciendo con mi hijo?
– Soy su padre, contestó una voz familiar; por eso llevo a mi bebé en mis hombros. Soy tu marido, Motsesa. Soy Bulane, el que abre nuevos caminos. Un día pondré a mi hijo una armadura, será un guerrero valiente que defenderá su pueblo y será rey. Mostraré nuevos caminos a la gente.
         Los criados de tu padre encontraron agua porque yo les dije dónde ir a buscarla. Ahora te enseñaré mi pueblo. ¡Quiero que sepas, Motsesa, que estás casada con un rey!
         Motsesa estaba asustada y miró a su alrededor: de pronto vio que había casas para todo el mundo, que había mucha gente, ovejas, bueyes y cabras trayendo cestas con comida, leche y yogurt de la montaña.
         Cuando la veían la trataban con respeto, la saludaban y la llamaban "nuestra reina, madre del príncipe".    
         Motsesa, que no esperaba el amor que la gente le demostraba, se sintió tan feliz que lloró de alegría.

La gran inundación
         Se cuenta que hace tiempo, un joven salió un día en busca de una nutria sagrada y la mató mientras su padre cazaba nutrias y pájaros. Esto lo hizo cuando su padre y su madre no estaban, pues partieron mucho antes que él matara la nutria: eso es lo que cuenta la historia.
         Entonces, continúa la historia, se levantó un fuerte viento y se desató una violenta tormenta. Y la lluvia cayó hasta que el agua cubrió toda la tierra.
         El joven que mató la nutria sobrevivió y corrió para salvar su vida y, cómo cuenta la historia, corrió hasta la cima de una montaña. Permaneció allí esperando a que la inundación se retirara. La inundación siempre se retira rápidamente ¿no?
         Entonces la inundación se retiró y el joven bajó de la montaña cuando consideró que podía hacerlo. Al ver a su hermano, a su padre y a su madre ahogados y colgando de un árbol, bajó de la montaña, tal y como cuenta la historia.
         Entonces vio que todos se habían ahogado; y también vio animales, ballenas y delfines esparcidos por el bosque al retirarse la inundación. Entonces, el joven huyó con una muchacha y juntos comenzaron a construir un barco.
         No tenían nada para construir el barco; entonces decidieron cubrirlo con hierba y permanecieron allí hasta que despuntó el día, esto es lo que cuenta la historia.
         Cuando llegó el frío, el joven tuvo una visión: soñó con un coipo, dijo que lo había visto. También dijo que había soñado con comida y que en su sueño comía, fue una especie de visión del futuro.
         Y mientras comía en su sueño, se despertó y se dijo:
– ¿Por qué soñé con ese coipo? Maté al coipo y lo comí mientras dormía; pero ¿cómo si no tengo fuego?
         Entonces se durmió de nuevo, durmió y se despertó: entonces también despertó a su mujer, tal y como cuenta la historia. Y le dijo a su esposa:
– Mira, consigue un palo grande, soñé que venía un coipo, por eso te envío para que lo mates con el palo y lo comamos.
         Entonces se durmió otra vez, y todo lo que soñaba, sucedía y la tierra se llenó de nuevo de animales y cosas, esto es lo que cuenta la historia.

 Fuente: www.water-institute.com, www.explora.cl/otros/agua, www.aragonesasi.com, www.tuobra.unam.mx

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