El agua y su influencia en el medio ambiente
11 agosto 201710 de agosto de 2017
Fuente: Valores
Nota: Dr. José Luis García Tavera
Cuando pensamos en agua normalmente pensamos de manera antropocéntrica en el recurso, y alguno que otro reflexiona también sobre su papel en los servicios ambientales, ya que está involucrada en prácticamente todos los ciclos biogeoquímicos. Y antes de continuar aclaro que ‘recurso’ y ‘servicio ambiental’ son en realidad concepciones antropocéntricas, pues si lo vemos desde una óptica más naturalista, el agua es sólo un compuesto más en este planeta, pero justamente el que provoca la vida y además forma parte de ella, y por lo tanto el que determina dónde y cómo podemos habitar como civilización.
El agua subsidia todos los ciclos que son útiles para el mantenimiento de nuestra especie.
Basta un vistazo breve para comprender que existe más vida en una selva húmeda que en las dunas de un desierto, y fácilmente asociamos que esto es debido a la disponibilidad del agua y a su efecto sobre el sitio (llueve más en la selva que en un desierto, y es menos probable tener un cielo nublado en el desierto que en una selva o bosque de montaña). De la misma manera podemos observar mayor densidad de población humana en donde el agua dulce está disponible en mayor cantidad y donde además es más fácilmente confiscable para uso exclusivo de nuestra especie. Así, los márgenes y desembocaduras de ríos, zonas lacustres o regiones con acuíferos de gran capacidad están normalmente acaparados para la producción de los insumos que exige nuestra especie, sean estos alimenticios, energéticos, recreativos y hasta de transporte y bienes raíces. Es decir, el agua subsidia todos los ciclos que son útiles para el mantenimiento de nuestra especie. Es justamente por eso que al agua le denominamos ‘recurso’ o le vemos como parte de un ‘servicio’.
Para la mayoría queda claro el concepto de recurso si la disponibilidad del agua es limitada, pues entonces es necesario invertir en acaparar el agua de otros espacios, y si no es factible recuperar o incrementar el volumen de explotación entonces inician acciones para optimizar su uso y reúso, en este último caso debiendo retirarle las características no deseables que ha adquirido durante su primer uso. Cualquiera de estas acciones representa un costo monetario debido a la necesidad de materiales y obras para lograrlo, y en este sentido queda claro que el agua, como insumo, es un recurso más y que no es gratis. Ejemplos de esto los tenemos desde antes de la época industrial al observar los acueductos, represas, norias y ljibes, que, aunque sea a baja escala, cumplían una función de acaparamiento. Por supuesto que a esta escala de explotación difícilmente se comprometía la disponibilidad del ‘recurso’ agua para mantener el balance de su ciclo, y parece que desde entonces heredamos la visión de que este balance es inalterable. La actividad minera es quizá una de las primeras que nos enseñó que el agua tenía un ciclo más vulnerable de lo que parecía, y ejemplo de ello son ciudades y pueblos mineros que desecaron o contaminaron acuíferos y que debieron aprender a optimizar la obtención y uso del agua necesaria para la población que mantenían. Para nuestra mala fortuna, esta visión mercantilista en donde el agua es apenas un poco más que uno de los insumos necesarios para un proceso productivo o el mantenimiento de una población es la causa de buena parte de los problemas que inician con la era industrial. El considerable incremento en la disponibilidad energética favoreció un también considerable incremento en la capacidad de acaparamiento y explotación del recurso ‘agua’, y con ello en la capacidad de producción de los bienes y servicios asociados y ya de paso también en el tamaño de la población humana que crecimos bajo este subsidio energético y de sobreexplotación de recursos. Y es que parte del problema empieza cuando durante este incremento de capacidad de acaparamiento se ha llegado a intervenir el ciclo del agua sin valorar con seriedad las consecuencias.
Bajo la visión mercantilista es difícil ponerle precio a los efectos que tiene el desbalance del ciclo del agua sobre los servicios ambientales relacionados con el agua.
Bajo la visión mercantilista es difícil ponerle precio a los efectos que tiene el desbalance del ciclo del agua sobre los servicios ambientales relacionados con el agua. Pocos valoran la ausencia de la vida que originalmente estaba presente en un río antes de haber sido contaminado o entubado, el efecto que tiene sobre el clima el haber desecado intencional o accidentalmente un lago, y menos aún los que perciben el deterioro en la calidad del aire o el suelo cuando se altera el balance hídrico de una cuenca por la desviación de cauces o la construcción de presas y diques. Esto es, en parte, porque el agua fue contaminada durante un proceso de producción o la prestación de un servicio urbano o industrial o recreativo, el lago fue desecado para expandir la frontera agropecuaria o de bienes raíces, y el balance hídrico fue alterado para la producción hidroeléctrica o derivación de agua para riego o abastecimiento público. Bajo una visión antropocéntrica, simplemente se tomó un recurso disponible para generar un bien o servicio útil a la sociedad, aunque durante el proceso se hayan modificado, en algunos casos de manera irreversible, las condiciones que propician la disponibilidad de este recurso. Son los costos del progreso.
Tenemos entonces como consecuencia que, en las grandes urbes como la Ciudad de México, resultará casi imposible atender la problemática ambiental de atmósfera o de inundaciones y desabasto de agua si nunca se ha puesto interés en recuperar el balance hídrico de la cuenca. Y es que uno de los principales servicios ambientales asociados al agua, como es el amortiguamiento térmico que ofrecían los lagos y bosques incrementando la humedad relativa, se encuentra actualmente tan deteriorado que las condiciones atmosféricas favorecerán cada vez más una mayor permanencia de las partículas en el aire, una mayor incidencia de la radiación solar, y por lo tanto una mayor fotorreactividad capaz de mantenernos al borde de la contingencia aun sacando autos de circulación. Otro tema no menos importante es el auténtico caos vial y mala gestión de las fuentes emisoras de contaminantes que lleva la cuenca, además de la voracidad inmobiliaria que reclama cada vez más cambios en el mal-conservado uso de suelo de conservación, pero a este desastre no le hemos sumado el deterioro atmosférico por estar desecando la cuenca; y lo verdaderamente grave, ni siquiera se está pensando en atenderlo de manera decidida e integral. Vaya, justamente se autorizó un aeropuerto sobre lo que queda de suelo lacustre, claro, con tecnología de vanguardia para ‘exprimir bien’ el suelo donde irán las pistas. Y el problema de contaminación de aire pretende solucionarse simplemente con ‘ajustes’ a la normatividad aplicable a las fuentes móviles. Y mientras ya perdimos los glaciares del Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, y todos nuestros ríos, y todos nuestros lagos, y en camino va el acuífero, nada verdaderamente importante hemos hecho para recuperar suelo forestal, nada relevante en la recuperación de barrancas y saneamiento de ríos, canales y vasos reguladores, nada para mejorar o siquiera defender los últimos cuerpos lacustres, nada para proteger lo que queda de acuífero y recargarlo, nada por recuperar y aprovechar toda el agua de lluvia que ya no infiltra ni riega bosques ni alimenta lagos. Lo importante parece ser sacar toda el agua pluvial y residual de la cuenca (a costos desorbitantes), agotar los acuíferos en lo que se prepara el presupuesto para importar el agua de otras cuencas, fraccionar y vender el suelo ‘ocioso’ que ocupan los mal-conservados bosques y tierras rurales de la parte alta de la cuenca, o las chinampas de Xochimilco, o los terrenos del ex lago de Texcoco o Chalco. La ciudad importa agua limpia en especie y agua virtual en todos los insumos alimenticios y no alimenticios que consume, y exporta agua y aire contaminados y toneladas de basura sin clasificar con la respectiva huella ecológica que en su logística generan, mientras se hunde y deshidrata sobre un lago pavimentado y un acuífero agonizando, bajo un techo de aire contaminado y en una isla de calor. La ciudad ha perdido gran parte de los servicios ambientales asociados al agua, como la formación de suelos y control de erosión, la biodiversidad, la regulación del clima, el balance químico de la atmósfera, el balance hídrico; y parece no importarle mientras el ‘agua’ sea factible de ser acaparada en otra cuenca. Lo que no sabe es que los ‘servicios’ perdidos, no llegarán con esa agua entubada. La visión de ‘recurso’ no solo ha deteriorado a todo lo relacionado al agua, sino a todo aquello factible de ser explotado por nuestra civilización, desde lo inanimado como el agua o el suelo, hasta los seres vivos, incluyendo al propio hombre.
Existe, sin embargo, una pequeña luz que, paradójicamente, surge de la misma ciencia que se ha encargado de sofisticar la explotación de todo aquello que le llamamos recurso. La generación de conocimiento nos está dando la capacidad de entender más a fondo los simples pero delicados procesos que mantienen el balance entre el agua y la vida que de ella depende. Y lo más importante, nos está dando el entendimiento de cómo es que hemos afectado estos procesos, y con eso, la pista para diseñar las estrategias de prevención, recuperación y conservación de la continuidad de una dinámica sana entre el ciclo del agua y todos los que dependemos de ella. El fundamento es observar la naturaleza del agua y entendernos como parte del ciclo, es valorándola y no poniéndole precio. Desde la ciencia estamos diseñando las estrategias técnicas, pero lo más importante está en manos de toda la sociedad: necesitamos ajustar nuestra cosmovisión del agua y de toda la naturaleza, y nos queda poco tiempo si queremos heredar un planeta azul como el que nos ha dado origen.