Aprender a vivir con tres horas de agua

18 mayo 2015

 

La familia de Andréia consume muy menos agua por día del recomendado por la OMS. /MARTHA LU

São Paulo vive la peor crisis hídrica de los últimos 84 años y los cortes en el abastecimiento están dejando sin agua a sus habitantes desde el año pasado. La falta de suministro apenas se nota en las zonas más ricas de la ciudad gracias a las enormes reservas de agua instaladas en los edificios, pero en las regiones más pobres, construidas con casas precarias, la falta de agua castiga a los vecinos todos los días. Esas tres horas en las que las mujeres de Jardim Conceição, el barrio más poblado de Osasco, hacen acopio de agua son fundamentales para garantizar el abastecimiento para el resto de la familia durante el día. Ellas se quejan de que casi no duermen y de que ya no necesitan ni alarmas: la falta de agua alteró su sueño y sus rutinas. “Hace más de seis meses que estamos así, nos duele la espalda de tanto cargar baldes”, se queja Janaina.

En esa misma calle, Mailsa Alves Moreira, de 49 años, arrastra los pies agotada con un barreño de ropa encajado en su cadera huesuda. Es sábado al medio día y aún no ha dormido. "Trabajo los siete días de la semana, si no lavo ahora no sé cuándo voy a poder hacerlo. Somos 11 en casa". Mailsa lleva desde las tres y media de la mañana poniendo lavadoras, aprovechando el "milagro" de un sábado con agua en los grifos, un presente rarísimo en los últimos tiempos. “La situación es cruel, ¿sabes?”. Mailsa dice que no tiene dinero para comprar una reserva de agua, así que si ella no se levantase con el suministro para llenar cubos con la manguera, no tendría ni para tirar de la cadena al volver a casa.

La prioridad de las matriarcas de estos barrios es, sin duda, lavar la ropa y garantizar el agua para cocinar. Ni sus armarios guardan prendas suficiente para retrasar su limpieza, ni su presupuesto les permite comer fuera cuando los cortes les pillan desprevenidas. En Osasco el 46,6% de sus vecinos vive con hasta un salario mínimo (262 dólares), según datos del Ayuntamiento.

En esa misma calle, Mailsa Alves Moreira, de 49 años, arrastra los pies agotada con un barreño de ropa encajado en su cadera huesuda. Es sábado al medio día y aún no ha dormido. "Trabajo los siete días de la semana, si no lavo ahora no sé cuándo voy a poder hacerlo. Somos 11 en casa". Mailsa lleva desde las tres y media de la mañana poniendo lavadoras, aprovechando el "milagro" de un sábado con agua en los grifos, un presente rarísimo en los últimos tiempos. “La situación es cruel, ¿sabes?”. Mailsa dice que no tiene dinero para comprar una reserva de agua, así que si ella no se levantase con el suministro para llenar cubos con la manguera, no tendría ni para tirar de la cadena al volver a casa.

La prioridad de las matriarcas de estos barrios es, sin duda, lavar la ropa y garantizar el agua para cocinar. Ni sus armarios guardan prendas suficiente para retrasar su limpieza, ni su presupuesto les permite comer fuera cuando los cortes les pillan desprevenidas. En Osasco el 46,6% de sus vecinos vive con hasta un salario mínimo (262 dólares), según datos del Ayuntamiento.

Del primer escalón de la escalinata que lleva a la casa de Andreia Aparecida da Silva, vecina de Vila Julia, desempleada de 42 años, sale una cañería blanca que suelta agua sin parar. Está conectada al pozo de un vecino y se ha convertido en el punto de encuentro del barrio. Ahí llegan diariamente los chavales para lavar sus motos y coches, camionetas con bidones, madres con cubos e, incluso, con cacerolas y botellas de agua mineral. “Ya llegué a dar a los niños esa agua. La herví y la colé. No teníamos otra”, reconoce avergonzada Andreia.

El 'punto de encuentro' del barrio. /MARTHA LU

El problema en Jardim Conceição no es solo que falte agua, sino que la poca que llega, a veces, es insalubre. Hoy es raro encontrar en esa región una madre que dé agua, ya no de la cañería al aire libre, sino del propio grifo a sus hijos. Los vecinos cuentan que, hace cerca de dos meses, familias enteras cayeron enfermas, con vómitos y diarrea. “El agua del alcantarillado se mezcló con la de las tuberías”, afirma Nazaré, de 46, años, una de las afectadas. “El agua que salía del grifo apestaba a mierda, la calle entera se puso enferma. La compañía de saneamiento aclara que lo que se contaminó fue tierra y que en tres días se atendió la avería. “Nosotros no confiamos más, mucho menos para dársela a los niños”, dice la joven Janaina. El estrago, afirma, les dejó 15 días sin agua.

El servicio deficiente y discontinuo que describen los vecinos no se ha traducido en las facturas. “Llegan 16 dólares, pero no hay agua. Hace tanto tiempo, que no sé cuando fue el último sábado que abrí el grifo y salió algo”, dice Andreia. Cada uno de los seis miembros de la familia de Andreia gasta aproximadamente 61 litros por día. Su consumo está muy por debajo del consumo medio recomendado por la Organización Mundial de la Salud (110 litros por día), y aún más distante de la media de 126 litros que se consumen por persona y por día en São Paulo.


 

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