Lo primero que advierte Bárbara Santos es que no quiere tener una pizca de protagonismo. Para ella, su nombre, en esta historia de casi cien nombres y de más de cuatro mil días, es lo de menos. Por eso insiste en saltarse con sutileza los detalles de sus viajes a la Amazonia colombiana, de sus recorridos larguísimos por el río Pirá Paraná, que arrancaron un día de agosto de 2005 y se prolongaron por casi diez años. Entonces, dice, tenía 28 y apenas intuía que ese cerro de cajas con el que se tropezó se iba a convertir en uno de los esfuerzos más intensos que se ha hecho en Colombia por comprender el conocimiento indígena.