Esperan aún ayuda en Tabasco

30 noviembre 2007
Villahermosa,  México (30 de noviembre de 2007).-   A un mes de las inundaciones en Tabasco hay lugares en donde todavía no llegan los apoyos ni la ayuda.

Los cerca de 9 mil habitantes de las comunidades de Guanal, Barranca y Tintillo no han sido visitados por las autoridades para levantar el censo de las casas dañadas por las corrientes de agua.

Tampoco se fumigó en esta zona, perteneciente al municipio de Centro, y desde hace nueve días no reciben despensas ni agua.

Entre las tres comunidades hay más de 300 casas con daños a la vista. Todo está lleno de lodo.

La mayoría de hogares tienen al río Grijalva a menos de 50 metros de distancia.

"Mis sartenes fueron a dar hasta la Iglesia", recuerda doña Candelaria Ventura. La Iglesia está a más de 500 metros.

La señora de 74 años desinfectó su ropa, los trastes y sus cobijas con un litro de clarasol. Si alcanzó bien. Su preocupación ahora es qué comer.

Su marido Roberto González, de 76 años, calcula que en dos siembras el campo dará frijol, pepino y maíz. En otras palabras, en un año.

"Todo está podrido. No se puede trabajar esta tierra así", sostiene don Roberto, quien cuece calabazas a fuego de leña.

Él y su esposa Candelaria esperan una despensa para salir de la crisis, al menos por unos días. En estas comunidades los últimos víveres fueron entregados el 19 de noviembre, de acuerdo con estas personas.

La mayoría de los vecinos de este corredor, que inicia con carretera pavimentada y termina con terracería, recuerda que entre el 20 y el 22 de noviembre acudieron a Dos Montes, una comunidad que se encuentra a 10 kilómetros hacia Villahermosa, para registrar, ante la Secretaría de Desarrollo Social, los daños en sus viviendas.

Las indicaciones que recuerdan son: "No salgan de sus casas, porque si no están al pasar el censo, se amuelan", "tiren todo lo que se mojó", "iremos en menos de tres días".

Luz María Jiménez, quien exhibe su recibo de Sedesol firmado por Raquel Hernández Lambert, externa desesperación.

"Me tienen atada. No puedo moverme, estoy sola y no me puedo alejar de la casa para buscar algo para alimentar a mis hijos. Tengo mucha angustia, no quiero perder la poca ayuda que me den", expresa.

Rubisel de la Cruz, de 72 años, tiene otra desesperación. Su esposa Darbela Pérez, de la misma edad, requiere de insulina tras una operación del pie derecho en octubre pasado.

"Hasta lo anotó en su cuaderno el doctor de la Secretaría de Salud (estatal), nos dijo hace más de dos semanas que él mismo la iba a traer. Seguimos esperando", lamenta don Rubisel.

Su hija Rosa del Carmen, de 27 años, argumenta que la medicina cuesta 500 pesos. "Para estas alturas es imposible comprarla, lo que me preocupa es alimentar a los niños, esa es la realidad", comenta entre el olor a humedad que despide su casa.

La señora Darbela, sentada en una silla de ruedas, se queja. "Es que no es ni una cosa ni otra, ni medicina, ni despensa, ni censo. A los marinos que pasan en el Grijalva les pedimos aunque sea agua, y ni eso", dice la señora, ya molesta.

Cuando se oyen los motores en el Grijalva, los niños corren a la orilla a gritarles: "Queremos despensas". Aquellos siguen su camino.

Adelante, Andrés Gutiérrez, de 57 años, no ha tirado nada. Su lógica es que si Sedesol no ve su colchón y su ropero echados a perder, no le van a ayudar a reponerlos.

A María de la Luz Magaña se le está cayendo el techo encima. Duerme de cara a un pedazo de concreto vencido por la humedad.

"Cuando llovió nos subimos al techo para que no nos llevara la corriente, ahora pasa esto. En la tele se habla de mucha ayuda, y cómo es posible que sigamos igual", expresa nerviosa.

Su hija María, de 22 años, está embarazada y carga a un pequeño de 2 años en los brazos.

"No hay agua potable, no hay leña, el gas está caro y mi marido está enfermo de la próstata. Acudió apenas a pedir prestado con un tío para que se comprara una ampolleta. Aquí nos dijo uno de los doctores de la Marina que iba a ser trasladado a un albergue para que fuera atendido, y nomás no vemos cuándo será eso", reclama María de la Cruz.

Para colmo, los guajolotes que maduros cuestan hasta 400 pesos, se están muriendo por la humedad. No hallan qué comer.

Este tramo de unos 12 kilómetros, que abarca las tres comunidades, está olvidado. A 30 días de la inundación está lleno, pero de promesas.

Por: Benito Jiménez / enviado

Fuente: Reforma

Sitio web: http://www.reforma.com/estados/articulo/417/832431/

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