Karen Batres: Agua

07 mayo 2013

 

Millones y millones de personas viven en regiones en donde el agua escasea físicamente, y otras en áreas en donde comienza a escasear por motivos de mal manejo, incapacidad de medir su uso o disponibilidad, y falta de infraestructura.

El agua de riego, por ejemplo, muchas veces se despilfarra por evaporación, malas técnicas, por contaminación debido a fertilizantes; las industrias que usan cantidades masivas de agua (como la técnica de fracturación hidráulica para extraer gas) disminuyen los mantos acuíferos, que son recursos no renovables.

Llenar un manto acuífero requiere muchas décadas, a veces siglos -no es un asunto de lluvia simplemente- y, por lo mismo, se consideran no renovables en términos prácticos.

Existía en Estados Unidos un gigantesco manto acuífero que yacía debajo de las altas planicies de pastos, en la parte central del país, que durante los años 20 y 30 fueron aradas, destruyendo los pastos que sostenían el suelo.

El resultado de intentar producir cosechas con agua insuficiente causó el mayor desastre ecológico en la historia de la nación, llamado el “tazón de polvo” (dust bowl): los vientos normales de las grandes planicies soplaron día tras día, y sin los pastos nativos, levantaron el suelo en tormentas de polvo increíbles.

En abril de 1935, una de estas tormentas llevó la nube enorme de polvo hasta Nueva York y a 300 millas mar adentro.

La región nunca se recuperó a pesar de los intentos por volver a sembrar el pasto nativo, pero peor aún, el gigantesco manto acuífero se acabó.

Hubo quienes tuvieron el sentido común de advertir al Gobierno estadounidense que así serían las consecuencias de la sobreexplotación del agua y la destrucción de los pastizales naturales. Pero como los políticos generalmente responden a intereses mezclados, no sólo al bien de la nación, nadie hizo caso.

Hoy en día tenemos mayor información y una tecnología más avanzada para entender el uso y el despilfarro del agua.

Los gobiernos, cuya razón de ser es la de solucionar problemas de forma colectiva que los individuos solos no podemos remediar, van a tener que obligar al ahorro del agua.

Estamos echados a perder. Creemos que el agua durará para siempre. Nunca hemos pagado el verdadero precio del agua, su valor real.

El Congreso del Estado tiene la oportunidad de establecer, al fin, un reglamento realista para el uso del agua. La CNA al fin -muy tarde- decide reglamentar los pozos comunes, como los que cada quinta en la región citrícola tiene. Pozos, por cierto, que se perforan al por mayor, como si el manto acuífero fuera eterno.

Si uno es rico, pobre o clasemediero, despilfarrar el agua es un acto con consecuencias terribles; ya estamos sobreexplotando los mantos acuíferos, y las presas lucen famélicas.

Desde hace rato debimos de haber iniciado un programa para racionalizar el uso del agua, incluso en épocas de relativa abundancia, porque esta región, igual que las altas planicies de pastizales en EU, sufre de festín o hambruna, de lluvias torrenciales y sequías largas. Las presas se llenan, pero inevitablemente se vacían también.

Casas y negocios lavan cocheras y banquetas con el chorro de la manguera en vez de barrer. Con ideas trasnochadas acerca de “la limpieza”, empleados riegan la calle como si ésta fuera a producir una cosecha en vez de barrer con escoba.

Y ni a dónde quejarnos los que somos testigos de estos abusos; abusos, por cierto, que no se originan en los empleados, sino en sus patrones, quienes piensan que si pueden pagar el agua holgadamente, también la pueden tirar.

El problema es que ni pagamos lo que vale el agua, ni el poder pagar garantiza que habrá.

Si no usamos el sentido común por el bien de todos, sin intereses políticos ni populistas, ni con dinero tendremos agua.


07 de mayo de 2013
Fuente: El Norte
Nota de Karen batres

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