Memoria del agua
25 marzo 2015El agua ha sido uno de los calvarios de la ciudad. Traerla al cuenco del Valle de México y sacarla de él es la historia de uno de los mayores fracasos urbanos. La historia se conoce y Jorge Legorreta la contó bien en sus investigaciones. En noviembre de 1519, cuando 400 españoles locos de audacia cruzaron las últimas estribaciones de los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl, vieron un paisaje estremecedor. Un enorme lago los deslumbró, en sus riberas se habían organizado distintas ciudades: Chalco, Xochimilco, Cuautitlán, Azcapotzalco, Tacubaya, Coyoacán. Sobre el agua se extendía México-Tenochtitlan. Esa imagen contenía el porvenir de la ciudad: su némesis.
En 1449, una manga de tempestades borró a la ciudad de las chinampas. Moctezuma le encargó a Netzahualcóyotl la construcción de un gran dique, un albarradón de 16 kilómetros de largo que iniciaba en Atzacoalco y llegaba hasta Iztapalapa. No existen aguas tranquilas, su fibra última es la rebelión.
El 21 de septiembre de 1629, un diluvio bíblico anegó la ciudad. En su Historia del desagüe, Manuel Perló cuenta que todo quedó bajo el agua. La Ciudad de México estuvo a punto de desaparecer, la inundación duró cinco años. De 20 mil familias avecindadas en aquellas calles, quedaron 400; murieron 30 mil indios, muchos de ellos de hambre. En 1631, la Corte de Madrid ordenó que la ciudad se trasladara a las inmediaciones de Tacuba y Tacubaya, pero el Cabildo se opuso. Nuestra ciudad existe por obra de la suerte, la casualidad y extraños milagros. El orden de una Ley de Aguas derrotaría ese río caudaloso, destructivo, de memoria profunda.
25 de marzo de 2015
Fuente: Milenio
Artículo escrito por Rafael Pérez Gay