Negocios tóxicos

19 mayo 2015

 

Hace más de 20 años, la minera Ternium le ofreció a los habitantes de Aquila, Michoacán, progreso, desarrollo y bienestar a cambio de la explotación del más grande yacimiento de hierro en el estado.

“No hemos recibido nada”, acusa Mateo Torres, comunero de Ostula. “Solo hemos recibido amenazas, muerte, contaminación y enfermedades”.

En aras de un desarrollo económico que llega, los pobladores de uno de los municipios más pobres del estado enfrentan ahora serios problemas contaminación de los mantos freáticos y la deforestación de cientos de hectáreas de bosques.

La minera gana al año miles de millones de dólares en hierro, pero el pequeño municipio solo gana muerte y enfermedad.

El daño ecológico es evidente. El fecundo río Aquila que una vez dio vida al pueblo, hoy es un arrollo chocolatoso que a la luz del sol refleja centelleos multicolores que revelan la presencia de metales disueltos. La espesa nata metálica se acumula amenazante en la rivera.

La Procuraduría Federal de Protección al Medio Ambiente (Profepa) se hace de la vista gorda. Las quejas de los vecinos sobre los niveles de contaminación generados por la minera Ternium no han cesado en los últimos años. Pero nadie quiere escuchar la queja de esta gente.

Sumado al deterioro ambiental, los comuneros de ese municipio -uno de los más azotados por la presencia del crimen organizado- agregan otro flagelo a su condición de pobreza extrema: el índice de cáncer en niños va en aumento. Solo en lo que va de este año se han detectado 8 nuevos casos en esa localidad.

La situación que se vive en Aquila es preocupante para todos, excepto para las autoridades estatales y federales, cuyos funcionarios se mantienen ajenos a la problemática, inmunes a los reclamos de la población que exige cese la contaminación del río Aquila, al que se vierten los desechos químicos de la actividad minera en la zona.

No hay un dato oficial porque las autoridades desconocen el volumen de residuos químicos que se depositan en el lecho del río, pero los vecinos que dan seguimiento al problema estiman que Ternium deposita más de 3 mil litros de agua contaminada al día, la que resulta del proceso de separación del hierro de los minerales a los que se encuentra adherido en forma natural.

En Aquila, el río cruza por al menos siete poblaciones incluida la cabecera municipal, lo que hace que los metales pesados arrojados por la minera vayan a dar a los  mantos freáticos de donde se extrae el agua potable para el consumo humano, además de que algunas poblaciones río abajo consumen el agua para uso doméstico y pecuario en forma directa.

Los focos rojos

De acuerdo a las cifras del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y de la propia Secretaría de Salud en Michoacán, en la zona de Aquila el índice de cáncer ha crecido en forma considerable en los últimos años.

Las dos dependencias atribuyen causas diversas a dicho aumento, pero nada que involucre a la minera Ternium. Los comuneros de Aquila piensan diferente.

Para ellos no hay mayor responsable en las afectaciones a la salud que los actos de sobreexplotación del yacimiento de hierro sobre el que se encuentra asentado gran parte del sur del estado.

De acuerdo a las cifras del INEGI, desde el 2013 el estado de Michoacán se encuentra ubicado en el segundo lugar de los estados con mayores niveles de contaminación en sus cuencas hídricas.

La actividad económica es el principal origen del problema, pues se reconoce que los ríos y lagos de Michoacán son utilizado como destino final de aguas contaminadas por desechos orgánicos y desechos químicos.

Entre los comuneros no se pide que se vaya la minera del lugar, solo que actúe de manera responsable y que deje de verter desechos contaminantes al río y frene la tala que se lleva a cabo entorno a la mina Las Encinas.

Ni los ven ni los oyen

Para el Gobierno Federal y estatal no existen, pero Rodrigo y su madre acuden cada semana al área de oncología del hospital Infantil Eva Sámano de López Mateos, en Morelia, donde el niño de 8 años ha comenzado a luchar contra un tumor que se le desarrolló de forma inesperada. Ya tienen dos meses en tratamiento y los pronósticos son alentadores.

Rodrigo está ansioso por regresar de nuevo a la escuela. Lo que más quiere es terminar una carrera y entrar a la Normal para ser maestro. Por eso no le importa levantarse a las tres de la mañana cada vez que tienen quimioterapia y regresar sin fuerzas, en los brazos de su madre, para reposar tres días en su cama. Sabe que lo que tiene es cáncer, pero no sabe por qué.

Le gusta rezar.

Habla con Dios. Siempre pide –cuenta angustiada su madre- que a su hermanita no le toque una enfermedad como la de él. A veces, cuando van de regreso en el camión a Aquila, entre somnoliento y lloroso, Rodrigo le pide a su madre que recen juntos.

Se pone a hablar con Dios y se queda dormido antes de terminar el rezo. Casi nunca termina de decirle a Dios que le quite el dolor de huesos con el que sale de la terapia.

La familia de Rodrigo vive a solo unos metros del paso del río Aquila. No tienen acceso a los servicios de agua potable, por eso usan el agua que pasa corriendo por el arroyo.

Antes el agua estaba un poco más limpia y bastaba con hervirla para beberla. Desde que Rodrigo enfermó, el médico le recomendó que no la use.

Su madre no sabe cuál es la causa del padecimiento de su pequeño. Nadie le ha sabido decir. Como quiera a ella ya no le importa eso, lo que más le preocupa es que su hijo mejore y que pronto pueda seguir con su vida normal.

Ella bendice al médico que le detectó el tumor a tiempo. Dice que no ha perdido su tiempo en las oficinas del gobierno pidiendo ayuda, porque sabe que para el gobierno ellos no existen.


19 de mayo de 2015
Fuente: Reporte índigo

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