Paradoja del valor: ¿por qué los diamantes cuestan más que el agua?

30 diciembre 2013

Esta contradicción es lo que se conoce dentro de la economía clásica como paradoja del valor. Adam Smith reconoce en La riqueza de las naciones que aunque el agua es el bien más útil no puede intercambiarse por nada; en cambio, un diamante, a pesar de tener escasa utilidad, se puede intercambiar por una gran cantidad de bienes.

Según Marx el problema está en que los economistas clásicos como Adam Smith confunden el valor ‒que equivale al precio‒ con el valor de uso ‒es decir, su utilidad‒ o, en cualquier caso, piensan que el primero depende del segundo. El marxismo trató de solucionar esta paradoja dejando a un lado el valor de uso y relacionando el valor de una mercancía con el trabajo necesario para producirla. Como el trabajo necesario para conseguir un diamante es mayor que el necesario para obtener agua su precio también es mayor. Esto explica que el agua sea más valiosa en mitad de un desierto, donde es más difícil conseguirla. Sin embargo, esta explicación no resulta totalmente convincente en todas las situaciones: si estamos en mitad del desierto y nos estamos muriendo de sed no dudaríamos en ofrecer una bolsa de diamantes a cambio de un vaso de agua, por mucho que nos haya costado un enorme trabajo conseguir esos diamantes. Este ejemplo demuestra que no es posible olvidarse por completo del valor de uso para establecer el valor de un objeto. Así mismo, es necesario tener en cuenta el contexto para establecer ese valor: el mismo vaso de agua puede ser vital o no dependiendo de si estamos en una cafetería o en medio del desierto.

Partiendo de esa importancia del contexto para establecer el valor de los bienes, alrededor de 1870 varios economistas ‒William Stanley Jevons, Carl Menger y Léon Walras‒ lograron encontrar de forma aislada y paralela una solución bastante aceptable a la paradoja basándose en el concepto de utilidad marginal. Esta noción tiene en cuenta la utilidad de un producto en función de su uso menos importante. Por ejemplo, si un granjero tiene cuatro sacos de grano usará cada uno con una finalidad que va desde la más vital y necesaria hasta la más prescindible: con el primero se alimentará, con el segundo creará unas reservas, con el tercero dará de comer a los animales de la granja y con el cuarto dará de comer a las palomas. Dependiendo del contexto el mismo producto puede equivaler a su vida ‒el primer saco‒ o a la satisfacción personal de hacer algo que le gusta ‒el último‒. Si le robaran uno de los sacos no mantendría las cuatro actividades restándoles un cuarto a cada una sino que directamente dejaría de alimentar a las palomas. Si perdiera un saco más dejaría de alimentar a los animales de la granja y el valor del grano aumentaría. A medida que el uso marginal del producto se acerca a las necesidades vitales su valor aumenta.

Cuanto mayor es la cantidad de un producto más bajo será el lugar que ocupe en nuestra escala de valores. Volviendo al ejemplo del desierto, el último vaso de agua es tan valioso porque su uso corresponde con una necesidad vital. Pero si en ese mismo contexto tuviéramos acceso a cuatro vasos de agua el valor del agua dependería del uso que le diéramos al cuarto vaso. Es decir, que el valor del agua no viene determinado por ese vaso que nos salva la vida sino por el agua que usamos para bañarnos, regar las flores o tirar globos de agua.


30 de diciembre de 2013

Fuente: Blog del AguaAlejandro Gamero

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