Que no se inunden sus casas, único deseo

18 diciembre 2007

Cinthya Sánchez
El Universal
Martes 18 de diciembre de 2007 

OSTUACÁN, Chis.— Son 200 refugiados y habitaban Playa Larga, Chiapas, una comunidad de 203 habitantes. Hoy viven en uno de los albergues de Ostuacán. Llegaron el 14 de diciembre, después ser traslados durante seis horas con bolsas en las manos y montados en camiones del Ejército mexicano.

Son parte de los 3 mil 500 evacuados por vivir en comunidades que corren riesgo de desaparecer cuando el río crezca, después de que hoy se quite el tapón de tierra del Río Grijalva.

En Playa Larga se quedaron tres hombres con la única compañía de perros, gatos y ganado. “Se quedaron a cuidar”, informa Dominga, de 23 años, que junto con su bebita de dos meses y su marido espera sólo dos cosas mientras mueve su pie una y otra vez en el salón de cuarto año de la preparatoria Patria y Progreso: que no se inunde su casa y que pueda pasar Navidad en compañía de su familia.

En el mismo salón del cuarto año están decenas de niños a quienes no les hace ninguna gracia vivir en una preparatoria y haber dejado a sus animales. Con ellos está Juana, que de cumpleaños número 11 recibió al Ejército en su casa el 14 de diciembre. “Me iban a hacer una comida”, dice mientras su vecinito de seis años se burla e ironiza: “Te iban…”.

Aunque a Dominga y a Juana ya no les importa lo que dejaron, sino que esté cuando regresen. Lo que más les preocupa es que llegue la Navidad y la tengan que festejar en un pueblo que está a horas y horas de su casa, donde hace frío y donde no se atreven a salir del albergue porque no están acostumbradas a estar fuera de su comunidad.

Los de Playa Larga son un pueblo completo, pero los demás evacuados están en Tuxtla Gutiérrez y en Tecpatán, Chiapas.

a los habitantes les prometieron que los regresarán el 20 de diciembre si es que el río no se llevaba sus casas. Que los sacaban solamente como una medida de seguridad. Aunque el hecho de que en la plaza principal construyan casas de madera de cuatro por cuatro metros, no les da esperanzas.

“No queremos quedarnos aquí, no somos de aquí. Sólo estamos de paso”, dicen las señoras que arrullan, en los brazos, a sus hijos en los albergues y que se quejan del frío y de la sopa instantánea y los atunes enlatados.

Están acostumbrados a ver el río, a convivir con sus animales, a mirar el verde por todas partes, pero no el de los uniformes del Ejército, sino el de sus montañas.

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