Tempos fugit

17 agosto 2010

16 de agosto de 2010

Fuente: El Sol de México

Por Ramón Ojeda Mestre

Leía con detenimiento el libro de Teoría del Derecho Ambiental, de José Juan González, y me deleitaba con la cita del brillante maestro Ramón Martín Mateo a Marco Vitrubio Polión en “Los diez libros de la arquitectura”. Vitrubio para mí era importante, porque en la maestría de desarrollo urbano en el ITAM, me enseñaron a valorar como básicas sus enseñanzas en el diseño de políticas públicas.

En ese nuevo y valioso libro, había apurado el prólogo generoso de Gabriel Real, de la Universidad de Alicante, y codirector del doctorado con la UAM. Cedo a la tentación de transcribir lo del constructor latino que hoy se maravillaría ante la Torre das Olimpiadas que levanta Brasil para el 2016. ¡Eso sí es un edificio ecológico, qué bárbaros! La envidia de Álvarez Ordoñez, de Guillermo Rosell y de Joaquín Martínez Chavarría.

Bueno, dice Vitrubio “…en la fundación de una ciudad será la primera diligencia la elección del paraje más sano. Lo será siendo elevado, libre de nieblas y escarchas; no expuesto a aspectos calurosos ni fríos, sino templados. Evitárase también la cercanía de lagunas; porque viniendo de la ciudad las auras matutinas al salir el sol, traerán consigo los humores nebulosos que por ahí nacen juntamente con los hálitos de las sabandijas palustres, y esparciendo sobre los cuerpos de los habitantes sus venenosos efluvios mezclados con la niebla, harán pestilente aquel pueblo”.

Estudiaba esa obra porque me solicitó con urgencia un prólogo para su nuevo libro Introducción al Estudio del Derecho Ambiental ¡en su séptima edición! La doctora Raquel Gutiérrez Nájera, de Guadalajara, y allí estaba de llanero solitario en un cenadero de la bella San Luis Potosí, cuando me distrajo el inicio del noticiario de Joaquín López Dóriga, uno de los tres principales comunicadores de nuestro país, y en esa síntesis que presenta al inicio, leí en la pantalla: “Sigue el mal tiempo” y se veía una imagen de aguacero tupido.

Me inquietó porque no se trataba de adoptar el clásico “al mal tiempo buena cara” o porque anunciara que continuarían los tiempos turbulentos de la delincuencia o los tiempos tempestuosos de la política, no, se refería al equivocado concepto que hemos arraigado en nuestras mentes de que la lluvia es mala o que la temporada de lluvias es nociva o negativa como si fuéramos parte de aquel cuento de ciencia ficción de Ray Bradbury en Crónicas Marcianas, perdón, no es ahí, sino en “El Hombre Ilustrado” donde aparece el de “La larga lluvia”, maravilloso, respecto a una pesadilla pluvial inacabable que hasta para uno de Orizaba, la pluviosilla y que estudió en Mánchester (la Mancunia pluvia), como este calámico, resulta asfixiante y terrorífica.

La lluvia, por abundante que sea, es nuestra salvación. Es agua potable que nos regala la naturaleza y sin la cual los árboles, plantas y mantos freáticos se extinguirían. Las ciudades se hundirían y derrumbarían, las montañas perderían sus albas melenas y, simplemente, los ríos no existirían. No, amigas lúbricas y amigos lúdicos, la lluvia no es sinónimo de mal tiempo, sino de tiempos buenos. La lluvia es una de las bendiciones mayores y dura poco. Ya quisieran todas las entidades federativas tener unos 60 días de lluvias al año, pero no es así. Salvo en lugares como mi tierra, en Tabasco o en Chiapas, la lluvia, en general, es escasa.

Ojalá que algún día lleguemos a ver en los noticieros de Joaquín y de todos y en las ocho columnas de El Sol de México “Sigue el buen tiempo, continuarán las lluvias”. Es verdad que en lugares causa estragos, pero no es culpa de las lluvias, sino de los gobiernos bárbaros y corruptos que han tolerado que la gente humilde se asiente en los lugares riesgosos. Tempus fugit, decía Virgilio en Las Geórgicas. El tiempo pasa y la cultura ambiental no permea.

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