¿Dónde estás ahora, Ypacaraí?
04 septiembre 201731 de Agosto 2017
Fuente: El País
Nota: Ramiro Escobar La Cruz
Cuando llegamos, en medio del manso amanecer, el lago Ypacaraí aparece calmo y silencioso, sin gente, como una postal escondida bajo el sol indeciso. La noche tibia, la de la melancólica canción de Zulema de Mirkin, musicalizada por Demetrio Ortiz (Recuerdos de Ypacaraí), ha pasado, pero igual hay algo triste en sus aguas. Una botella de plástico yace en una de sus orillas, en medio del fango bañado delicadamente por pequeñas olas que se disuelven entre la dulce luz del alba.
Estamos en Areguá, a unos 40 kilómetros de Asunción, la capital del Paraguay, y este lugar hermosísimo y romántico hasta el delirio tiene un problema: el alto grado de contaminación. Los niveles de polución se han movido como un subibaja en los últimos años. “El más crítico fue 2012”, comenta Andrés Colmán, periodista y escritor paraguayo.
Raquel Rodríguez, bióloga del programa Basura Cero de San Bernardino (otra ciudad a orillas del lago), recuerda aquella época mientras devora un bollo: “Un día llegué a un cajero electrónico y encontré miles de insectos, al punto que me tuve que salir rápido”. El diario Última Hora reportó entonces una invasión de “moscas extrañas”, al parecer asociadas a la presencia de algas tóxicas que poblaron el lago.
En 25 años la población de los alrededores del lago se ha multiplicado por siete, con muchas poblaciones informales
Pero el origen de lesa plaga era otra invasión más precisamente microscópica, la de la Cylindrospermopsis raciborskii. Esta bacteria procariota (sus células no tiene un núcleo definido y el ADN se encuentra esparcido por todo el citoplasma) tiene la propiedad de producir una fotosíntesis oxigénica. Gracias a ese proceso, libera oxígeno a la atmósfera, pero se lo quita a las aguas del lago. En otras palabras, más oxígeno para afuera, pero menos en las profundidades, donde además falta la luz. Esto da lugar a lo que se ha venido en llamar ‘zonas muertas’.
Es lo que ocurrió en enero del 2013, cuando técnicos del Estado reportaron la muerte de varios ejemplares de las especies de peces en el lago como el piky (Moenkhausia dichroura), la boga (Leporinus maculatus) o la chanchita (Australoheros facetus), entre otras. La tragedia ya era entonces evidente.
Un desordenado frenesí
El lago Ypacaraí se había eutrofizado, es decir se había llenado de nutrientes. Ese exceso de sustancias como el nitrógeno provoca una proliferación de pequeñas algas y microorganismos y el proceso resulta en la muerte de peces, oscuridad acuática y una pestilencia notoria. También da a las aguas del lago un color verdoso, como el que aún se percibe en una roca de una de las playas de Areguá.
¿Cómo es que este lugar emblemático del Paraguay, este, digamos, ecosistema apasionado, entró en crisis? Hay cierta controversia sobre el origen de esta situación. Pero, como ocurre en otras partes de América Latina, uno de los factores que asoma es la inequidad.
Y el desorden. Según un informe promovido por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID, entidad que colabora con la recuperación del lago), en la cuenca de Ypacaraí ha habido un crecimiento desbocado, en los centros urbanos y en la periferia, “con una alta dosis de informalidad”, lo que limita la “protección de los recursos hídricos”.
La población de los alrededores, de acuerdo a este documento, pasó de unas 200.000 personas en 1988 hasta cerca de 1,4 millones en 2013. Cuando uno viaja de Asunción hacia Areguá puede avistar esos asentamientos toscos. Todas esas aglomeraciones, urbanas o rurales, generaron grandes cantidades de residuos sólidos que a través de los arroyos acabaron en el lago, con un frenesí muy distinto al amoroso que se reseña en la famosa canción.
Más aún: hay algunas zonas de pueblos y ciudades de la cuenca, que no tienen cloacas ni sistemas de saneamiento. En la propia ciudad de Asunción, de acuerdo a las autoridades, un 30% de los barrios periféricos no los tienen.
Remediar, no esperar
“Hay muchas empresas que vuelcan sus desechos a los ríos y arroyos que desembocan en el lago, pero también tienen gran incidencia los residuos domiciliarios”, sostiene Colmán. Al ritmo de la inconsciencia, la propia población local ha estado agrediendo su joya turística desde varios frentes. En octubre del 2012, cuando se hicieron clamorosos los niveles de contaminación, el fiscal ambiental José Luis Casaccia imputó a 9 empresas de las 26 que estaban en una lista de infractores. Entre ellas había curtiembres, estaciones de servicio y otras industrias que echaban desechos.
El nudo mayor, sin embargo, estaba y está en los asentamientos precarios, frecuentes en este país de históricas inequidades. Para Casaccia, el 20% de la contaminación provendría de las industrias y otro 20% de las viviendas. Una rápida mirada a las zonas que circundan la carretera que lleva de Asunción a Ypacaraí parece corroborarlo.
En febrero el Gobierno paraguayo alerto sobre riesgos para la salud de quienes se bañaran en las aguas del Ypacaraí
En la ruta, en la que se respira cierto desorden, uno se encuentra con una estación de monitoreo providencial, puesta por Itaipú, la mega empresa binacional (Brasil-Paraguay), que se ha sumado al esfuerzo por rescatar ese lago de ensueño. Tiene incluso un Centro de Información en San Bernardino, el balneario más acariciado por los viajantes a Ypacaraí, hoy golpeado económicamente por los impactos que soportó el lago.
Analía Hartelsberger, asistente ambiental del lugar, muestra afanosamente el abanico de actividades desplegadas, entre ellas la siembra de alevines. Peces contra la contaminación, en rigor; biorremediación, que le dicen. Algunas especies, como el pacú (Piaractus mesopotamicus) y la ya mencionada boga, son iliófagas. Es decir, que tienen la facultad de alimentarse de sedimentos y detritos (restos de materia orgánica). Pueden, en suma, devorarse esos nutrientes excesivos y riesgosos.
Cianobacterias al ataque
Otra forma de luchar contra la deriva destructiva de Ypacaraí es, curiosamente, la utilización de desechos del árbol del eucalipto (Eucalyptus), una técnica que podría usarse en esta parte del Paraguay. Consistiría en echar pedazos de corteza triturada o viruta, en bolsas, para provocar fermentación aeróbica en las dichosas cianobacterias.
Porque estas bacterias que han afeado el lago, no son simplemente una agresión a la estética. El bioquímico uruguayo Bruno Cremella, de la Universidad de la República (Montevideo) realizó una investigación sobre la expansión de la Cylindrospermopsis raciborskii en el continente americano, y allí señala algunos elementos preocupantes.
Estos microorganismos suelen conformar una floración, que en inglés se denomina bloom; cuando este fenómeno se genera, prolifera el mal olor, se impacta la biodiversidad y baja la calidad del agua. Cremella informa que aparecen, además, “cianotoxinas que tienen efectos nocivos en la salud”, humana y animal.
El pasado febrero, la Dirección General de de Salud Ambiental (DIGESA) del Paraguay alertó sobre este riesgo, y enfatizó que si alguien se bañaba en las aguas de Ypacaraí, todavía verdosas por partes, podía tener complicaciones estomacales, en la piel y, acaso lo más peligroso, a nivel hepático.
De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), el máximo aceptable de células de cianobacterias por mililitro de agua es de 20.000. El 26 de octubre del 2015, luego de que ya se había emprendido acciones de remediación, se encontraron 26.192 células por mililitro en la playa denominada Rotonda. La amenaza persistía y persiste.
Por todo eso, la cautela se mantiene y tal vez lo más esperanzador es la reacción de parte de la sociedad civil que, en conjunto con las autoridades, está encarando el problema. Movimientos como Basura Cero, el de Raquel Rodríguez, están fomentando campañas con escolares en los colegios del propio San Bernardino. “La problemática del lago solo puede ser resuelta con una coordinación interinstitucional”, dice Colmán, consciente de que la alianza entre las autoridades y la propia población es la vía más eficaz.
En guaraní, Ypacaraí significa “agua bendecida”. En este amanecer sobrecogedor, esas palabras saben a inmensidad melodiosa. Una inmensidad que se pierde entre los cerros algo deforestados (otro problema convergente a la contaminación), entre unas viviendas modestas, en el propio espejo de agua que, desde este muelle silente, parece anhelar su redención. El lago sigue acá, no se ha ido, pero acaso espera que sus hijos lo salven.
R. E. C.
El lago Ypacaraí está ubicado a 48 kilómetros de Asunción, la capital del Paraguay. Tiene cerca de 90 kilómetros cuadrados, que se extienden a lo largo de los departamentos denominados Central y Cordillera. Las principales ciudades asentadas en sus riberas son Areguá, San Bernardino e Ypacaraí, una ciudad del mismo nombre.
En una parte de su cuenca está delimitado en Parque Nacional Ypacaraí, creado el 7 de mayo de 1990, sobre una superficie de 16.000 hectáreas. Se estableció para proteger los bosques lluviosos, la vegetación arbustiva y el ecosistema acuático. A pesar de los impactos, aún alberga una gran biodiversidad de mamíferos, peces, reptiles y aves.
Entre ellos el también legendario pájaro campana (Procnias nudicollis), que da origen a otra composición paraguaya, y que se encuentra en estado de vulnerabilidad debido a la deforestación y la caza intensiva (se le busca como mascota). Con todo, los alrededores de Ypacaraí siguen siendo apreciados por avistadores de pájaros venidos de todo el mundo.
Un problema adicional son las señales del cambio climático, que han convertido en irregular el régimen de lluvias. Esto provoca que el nivel del lago disminuya, haya menos oxigenación de las aguas y aumente la concentración de cianobacterias. Por varios lados, finalmente, Ypacaraí se encuentra asediado, aunque todavía late y vive.
Las autoridades estiman que su recuperación podría tomar 10 años y costaría varios millones de dólares, que tendrían que conseguirse con cooperación internacional, o con la ayuda de organismos multilaterales. Actualmente el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) apoya esta tarea.
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