El cólera, un enemigo que vuelve

13 enero 2011

13 de enero de 2011
Fuente: Argenpress (PL)
Nota de Marta Gómez Ferrals

La epidemia del cólera expandida vertiginosamente por Haití desde mediados del pasado octubre ha matado a cerca de cuatro mil personas y ha enfermado a más de 170 mil, según los últimos reportes de autoridades sanitarias y políticas.

La propagación violenta del brote no ha podido frenarse a pesar de los ingentes esfuerzos de cooperantes humanitarios, entre los que descuella el contingente Henry Reeve, de médicos y paramédicos cubanos especializados en consecuencias de desastres.
Cierto es que la mortalidad de los pacientes atendidos por los cubanos se ha reducido prácticamente a cero, pero se siguen registrando defunciones en el resto de los centros asistenciales, mientras preocupa la aparición de nuevos contagios.
Fadela Chaib, vocera de la Organización Mundial de la Salud (OMS), afirmó hace pocas horas que todavía deben registrarse muchos más casos en la golpeada nación, donde el pasado 12 de enero se conmemoró el primer aniversario del terremoto que segó más de 200 mil vidas y demolió su capital.
Antes, dirigentes y expertos de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) han venido alertando, junto con la OMS y el propio secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, sobre los riesgos de que el cólera se convierta en un mal endémico en Haití y de que se propague a la región del Caribe y América Latina.
A nivel regional algunos gobiernos han comenzado a cumplir programas de prevención y preparación ante la posibilidad de brotes de una epidemia cuya expansión no puede ser impedida por el cierre de fronteras o el tránsito de viajeros, según protocolos de especialistas.
A más de tres meses de la fulminante aparición del cólera no son pocos los que se preguntan el por qué una enfermedad que se combate con relativa facilidad si hay empeño, todavía tiene resultados tan graves y está lejos de dar un respiro.
Todo parece indicar que en la nación más pobre del continente las condiciones socioeconómicas y estructurales agravadas por el seísmo de 2010, influyen con un peso demasiado abrumador en la evolución de la epidemia.
Los expertos han señalado que ese mal tiene una correspondencia directa con la pobreza extrema y algunos de sus concomitantes como la contaminación de las fuentes acuíferas, el no acceso al agua potable, la malnutrición, los servicios sanitarios deficientes y los bajos niveles de educación.
En el caso que nos ocupa no se puede ignorar que en la castigada nación antillana unas 800 mil personas todavía habitan en campamentos de refugiados, con precarias condiciones de vida, sin agua potable y sin servicios sanitarios adecuados, además de sufrir la carencia de un hogar.
Unni Karunakora, presidente de la organización Médicos Sin Fronteras ha criticado abiertamente el papel de la mayoría de las Organizaciones no Gubernamentales e, incluso, de organismos como la OPS y la ONU.
A su juicio, tales entidades obstaculizan, con ineficientes mecanismos de coordinación, la puesta en práctica de medidas entre las personas y en el terreno que podrían ayudar a frenar el avance de la epidemia.
Aún el insuficiente dinero que se recauda y los recursos disponibles podrían emplearse mejor, si se dedicaran prioritariamente al grave problema sanitario, de acuerdo con el funcionario, quien trabajó por un tiempo en el terreno.
El Caribe y América Latina
Por muy hiperbólicas y singulares que parezcan las condiciones en que hoy vive el pueblo haitiano -y que, ciertamente, son las que han disparado la epidemia- el resto de los países de la región también corre riesgos innegables.
En primer lugar, porque el cólera es un viejo mal que ha vuelto y se le considera entre las más preocupantes a nivel mundial en el listado de las enfermedades reemergentes de los últimos 20 años.
Con nuevos serotipos como el 0139, junto con la malaria, la tuberculosis, el dengue hemorrágico, ha reaparecido con fuerza en el planeta y ataca, como otras nuevas enfermedades infecciosas, en forma de epidemias o pandemias.
Estadísticas de la OMS reportan que anualmente enferman de cólera en el orbe de tres a cinco millones de personas, entre las cuales se registran de 100 mil a 200 mil defunciones.
América Latina todavía sufre las consecuencias de la séptima pandemia originada en Indonesia en 1961, que después de incidir en África en los años setentas, llegó en enero de 1991 a la región.
Por entonces, los primeros casos se notificaron en Perú, pero el mal avanzó hasta otros países como Colombia y México. En los años 98-99 tuvo un pico, para después remitir.
Sin embargo, expertos sostienen que reservorios acuáticos en naciones como Ecuador y Perú tienen condiciones para albergar el bacilo Vibrio Cholerae de manera endémica.
En esos tiempos, según datos de ProMED, una organización de especialistas que monitorea las enfermedades emergentes en línea digital, Haití estuvo entre los países de su área libre de casos de cólera.
Habría que añadir que tampoco los expertos de los organismos sanitarios internacionales esperaban su aparición entre las consecuencias del terremoto de 2010, a pesar de la devastación y la pobreza reinantes.
Sin embargo, en el año 2005 en países del sureste asiático y África subsahariana volvieron a estallar virulentos brotes de la enfermedad, que han venido repitiéndose hasta días actuales.
Otra razón esencial de preocupación para este lado del mundo estriba en las condiciones sociales generales imperantes, sabidas hace algún tiempo, pero que es bueno no olvidar.
América Latina es la región más desigual del planeta y en ella habitan millones de personas en medio de la pobreza y en ambientes, hábitats o entornos insalubres, ideales para reproducir brotes de cólera a gran velocidad.
Si bien los augurios para el crecimiento económico de la región son esperanzadores, aún en estos años de dura crisis, en lo tocante a lo social, la inequidad reinante podría hacer harto difícil, en más de una nación, el manejo eficaz de esa enfermedad.

Por desgracia, el drama de Haití está ahí, tan dolorosamente cercano, enviándonos ese mensaje.

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