En el pueblo más caliente de Colombia la ropa se seca en solo una hora

31 julio 2015

Foto: Archivo particular

Los habitantes de Guaymaral tienen que aguantar temperaturas máximas de hasta los 41°C.

Es tan caluroso este poblado aledaño a Valledupar que un estudio del Ideam, que revela cómo se comportó el clima en todo el territorio desde 1981 hasta el 2010, arrojó que entre las temperaturas máximas por año, Guaymaral fue el punto más caluroso del país al registrar en promedio una temperatura de 35,3 grados.

Incluso, hay días en que esa cifra se supera con contundencia. De eso da fe Jardelina García, la mujer que desde hace 16 años toma las mediciones cada cuatro horas. “Esto del calor no es nuevo, cada vez que mido la temperatura, el resultado se siente antes de tomarla, ya sé lo que va a arrojar. El aire habla”, dice.

Jardelina conoce la temperatura de cada hora del día. Por ejemplo, cuando va a sobrepasar los 40 grados, ella sabe que a las 7:00 a. m. registra 26 grados, a la 1:00 p. m. alcanza los 37, y a las 7:00 p. m., cuando no hay abanico que los salve del sopor, llega hasta los 41 grados centígrados.

Los 3.363 habitantes, acostumbrados al duro clima y a los intensos veranos que azotan a la región, desconocen en su mayoría las cifras que revelan qué tan caluroso ha sido un día, pero para protegerse de la temperatura han tomado un hábito: "Lo mejor es madrugar, hacer los oficios temprano porque cuando sale ‘el mono’ es bravo. Quema lo que se atraviese”, dice Luis Rafael Pérez, uno de los 30 mototaxistas que transportan personas al pueblo.

“A las 5:00 de la mañana me doy el primer baño y ya estoy listo para llevar a los pasajeros a la estación. Generalmente viajan profesores y regreso con otros clientes. Cuando son las 10:00 de la mañana ya he hecho cuatro viajes, a esa hora, voy a la casa, desayuno y reposo, salgo a hacer un transporte y llego a almorzar, hago la siesta larga para que el sol del mediodía no me encuentre en la calle. Si es posible me echo agua nuevamente o lo hago en la noche, pero al fogaje hay que escondérsele. Por eso aquí la gente trabaja es cuando el sol está bajito”, explica el mototaxista.

Para llegar a Guaymaral, desde la capital del Cesar, se debe ir en vehículo hasta el corregimiento de Caracolí. Luego se toma una moto que pasa por los corregimientos de Los Venados y El Perro. En total son 10 kilómetros de carretera destapadas que deben sortear quienes transitan por ella. “Todo el tiempo nos sentimos acosados por el sol, nos ponemos gafas, gorras, toallas, mangas, chalecos… es agotador”, manifiesta Pérez.

Por la vía, tanto los transportadores como sus pasajeros se protegen del clima como lo haría quien atraviesa un desierto.

Los hombres, para no ahogarse, casi nunca llevan el casco reglamentario. Por el contrario, usan pasamontañas y una gruesa toalla que les cubre el rostro, que ajustan como una ‘gorra en su cabeza’, mientras que las mujeres se ponen unas pañoletas que les guarda el cabello del polvo que levantan los vehículos, además de unas gruesas camisas para resguardarse la piel de los rayos solares.

Y es que en el pueblo todos los esfuerzos para no sufrir el sol parecen en vano. Aunque en las zonas rurales crearon estrategias para mitigar el calor, allí no les queda otra solución que hacer terrazas artesanales de palma en los patios, donde, sin pensarlo dos veces, cuando el ‘mono’ intensifica su fuerza, toda la familia se resguarda.

Entre los más pudientes es normal ver kioscos, una especie de techos naturales construidos con enredaderas y trinitarias. Allí,  quienes se ven aturdidos por el calor, reposan de sus labores y se resguardan horas enteras de la tarde al dormir la siesta en una hamaca que cuelga de lado a lado.

Hielo para ‘enfriar’ el aire

Doña Rosario Sarmiento es una habitante del pueblo, se dedica a criar animales para la venta, como la mayoría de la gente en la población. De hecho es raro ver una vivienda en la que no exista un corral de carneros, cerdos, chivos, ovejas y gallinas. “Aquí, a veces uno quiere volar por el calor, ya no hay pa’ donde coger, ni un abanico sirve, porque el aire sale como si saliera de un fogón”, afirma la mujer.

Los pobladores echan mano de todo lo que puedan para mantenerse frescos. Es común ver en las terrazas de las casas a los más viejos con pedazos de cartón en las manos tratando de refrescarse en los días más calurosos o con un paño húmedo a quienes van caminando por las calles.

En las viviendas, además, a los abanicos a veces les ponen hielo en una taza en la parte de atrás, para que el aire, según cuentan los vecinos, “se suavice”.

“A los bebecitos uno los acuesta en una hamaca a mecerlos para que se duerman, solo así se quedan quietos”, añade Sarmiento.

A su hermana Edith, ni los cartones ni los paños húmedos ni los ventiladores platones de hielo le bastan, y por eso es una de las pocas personas que tuvo el privilegio de adquirir un sistema de aire acondicionado. “No se puede dormir con estos calores, yo hice un sacrificio y compré un aire, pero fíjese que a veces la luz se va tres y cuatro días y hasta ahí nos llega la felicidad”, se queja la mujer.

Aunque el aire acondicionado sea la mejor opción, no siempre la economía de las familias del pueblo les alcanza para costear los gastos que generan y por eso a veces tienen que resignarse al calor. A Edith, por ejemplo, antes de tener uno, el recibo de la luz le llegaba por cerca de 20.000 pesos. Ahora, por energía, termina facturando entre 60.000 y 80.000 pesos. “Por eso a la gente le da miedo comprar un aire”, indicó.

A esto se suma que el servicio es precario. Las redes de energía están sostenidas por débiles postes de madera y algunos están a punto de caerse.

El agua, un tesoro

Así como la energía se ha convertido en un dolor de cabeza en algunas temporadas, lo mismo ocurre con el servicio del agua. El líquido en Guaymaral puede ser más preciado que el oro.

Es tan escasa el agua en el pueblo que todos los días los pobladores tienen que pensar cómo obtenerla. Bañarse dos veces al día es el sueño de muchos, pero en Guaymaral deben traer el agua en canecas desde Valledupar que cuestan 2.000 pesos, pues la que tienen en el pueblo no la pueden beber para calmar la sed que les produce el calor, pues no es potable.

Personas como Leonardo Fabio Ruiz añoran tener agua para refrescarse de los 41 grados que lo agobian cada tanto. Él recuerda que alguna vez se construyó un molino que nunca sirvió y además los jagüeyes se secan cuando los azota el verano, dejándolos sin opciones.

A todo el que se dirija a Valledupar le encargan agua para tomar. Quienes van de visita a la capital del Cesar aprovechan para llenar pimpinas grandes, para traerlas de regreso, e incluso están quienes hacen negocio y las venden a los vecinos por 4.000 y hasta 6.000 pesos.

Cuando el agua no llega, luego de varios llamados, un carrotanque enviado por la empresa de acueducto, Emdupar, les suministra agua.

Aunque no haya mucha agua, para zafarse del calor, la mayoría de las familias han hecho el esfuerzo por tener una nevera en casa. “Yo a veces le saco el hielo y me lo paso por la cara, por la cabeza y el cuello para que me refresque”, indica Ruiz.

Buscando la sombra

No hay quién resista el calor sin estar en un kiosko. Angélica Quiroz, inspectora de Guaymaral desde hace 13 años, no soporta el sudor cuando se acerca el mediodía y está en su oficina recibiendo las quejas de los habitantes. Tanto así que cuando se acercan las 10:00 a. m. se escapa a la sombra que ofrecen unas palmas que están justo al frente de la inspección, donde pone una mesa y resuelve los conflictos desde allí.

El calor es tan intenso que incluso las autoridades del municipio han tenido que tomar medidas para que no termine causando problemas de deserción estudiantil. En el único colegio de Guaymaral, la Escuela Rural Mixta Luis Rodríguez Valera, estudiar era un suplicio hasta que el municipio invirtió en aire acondicionado para los salones de clase, ya que los niños apenas recibían ventilación a través de unos pequeños bloques cuadriculados, por donde llegaba la escasa brisa de la calle, algo insoportable.

En el corregimiento, sin embargo, el clima no siempre es un problema. Los pobladores cuentan que el calor es mejor que el frío, pues les permite estar en ropa ligera, con pantalones ‘mochos’, zapatos abiertos o en chancletas, además de poder sentarse a cualquier hora bajo un árbol con los amigos y mantener las puertas de las casas abiertas.

El calor también acerca a las familias, pues grata costumbre son los paseos al río Garupal para bañarse los fines de semana y en la semana cuando no hay agua.

Por ser corregimiento, solo hay un puesto de salud con una auxiliar de enfermería, pero que se encuentran a la espera del nombramiento de un nuevo médico rural. Allí la gente asiste con varias patologías y además se encuentran registrados 60 hipertensos. Así como hay un porcentaje alto de menores con brotes en la piel, producidos por el calor. Afortunadamente no se han presentado infartos.

Guaymaral, palabra derivada de un fruto denominado Guaymaro, es el último corregimiento de Valledupar y es el enlace entre la capital del Cesar y la zona minera, conocida porque todos los 25 de junio se celebra el Festival del Carnero. Pese a que las fiestas patronales son de San Juan Bautista, a esta población de vocación agropecuaria solo les falta corear el viejo estribillo que cantaban cuando niños: “San Isidro Labrador, pon el agua y quita el sol”.

YANITZA FONTALVO DIAZ
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
Valledupar


31 de julio del 2015

Fuente: El Tiempo

Por:   

Artículos relacionados
Compartir

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

El agua es vida, pero ¿Qué pasa cuando no tenemos acceso agua de calidad?  ¿Sabes a qué enfermedades nos exponemos?   ¿Qué sabes sobre el tema?

¡Pon a prueba tus conocimientos en este tema! ¡Y diviértete!

 Ir a la trivia