Lago Titicaca: sobreviviendo en medio de la contaminación
01 septiembre 20171 de septiembre de 2017
Fuente: DW Made for Minds
Nota de: Camilo Toledo
La contaminación del agua en el lago Titicaca, que comparten Bolivia y Perú, se ha agravado y activistas como Maruja Inquilla son, incluso, amenazados de muerte por denunciar el hecho.
Al azul cristalino del agua y al amarillo de las lanchas “caballitos de totora”, que era usual ver desde las orillas del lago Titicaca, se ha sumado una franja gris conformada por desechos domésticos y residuos generados por la minería. La dramática situación que hoy viven los pobladores de las riberas del lago, que comparten Bolivia y Perú, está acabando con la fauna y flora del lugar, pero sobre todo con su salud.
Más de 20 ríos desembocan en el lago navegable más alto del mundo (de alrededor 4.000 metros de altitud). La basura doméstica, los desperdicios de hospitales y de negocios provenientes en su mayoría de Juliaca, en la región peruana de Puno, que son arrojados por sus habitantes al río Coata terminan estancados en las orillas del Titicaca. Sin embargo, la mayor contaminación es provocada por mineras de oro ilegales y también legales.
Entre lágrimas, la pobladora del distrito de Coata, Maruja Inquilla, relata a Deutsche Welle que debido a la fuerte contaminación los niños de la zona están enfermando y muriendo frente a la indiferencia de las autoridades que no hacen nada: “Hicimos protestas cuando murieron niños y no pasó nada. La contaminación ha aumentado, antes habían peces, ahora ya no hay. En cinco años más, todas las especies del Titicaca estarán en peligro. Por eso, y a pesar de que nos amenazan de muerte, vamos a seguir reclamando. Si vamos a morir así, moriremos, pero hay que hacer algo”.
Muchas promesas, pocas obras
Al respecto, el actual presidente peruano, Pedro Pablo Kuczynski, anunció en enero de este año que su Gobierno invertirá 437 millones de dólares en la construcción de diez Plantas de Tratamiento de Aguas Residuales (PTAR). Sin embargo, no hay ningún avance hasta el momento. Durante su gestión, Ollanta Humala (2011-2016) también prometió mucho pero hizo poco. Del lado boliviano, el presidente Evo Morales ha prometido 85 millones de dólares de inversión, pero los afectados aún siguen esperando.
La campesina y activista peruana Maruja Inquilla, de 40 años, en medio de la abundante basura a orillas del lago Titicaca.
Para la docente de Periodismo Medioambiental de la Universidad Católica del Perú, Hildegard Willer, es difícil entender que hasta ahora no se haya hecho nada al respecto, a pesar de que el problema es de hace casi 20 años: “El problema no es el dinero, porque hay incluso empresas internacionales que han donado millones, sino que todo es por la descoordinación entre las distintas autoridades y la corrupción”. Además, indica Willer, cuando se intenta construir una planta en un lugar determinado se originan protestas de sus pobladores. De este modo, es muy difícil identificar y definir dónde se puede construir una planta.
Los afectados, como la campesina y hoy activista Inquilla, reclaman que las autoridades de Lima llegan a Puno para reunirse solamente con las autoridades locales y con “falsos” representantes de algunas organizaciones: “A los afectados ni siquiera nos reciben y los falsos representantes en defensa del lago que tenemos ni conocen siquiera el lugar donde vivimos”, dice Inquilla.
No apto para el consumo humano
Una investigación de la Universidad de Barcelona de 2014, realizada por el ecotoxicólogo Mario Monroy, encontró mercurio, zinc, cadmio y cobre en cuatro especies de peces del Titicaca, cuyos niveles están por encima del permitido para el consumo humano, pero que son parte de la dieta de los lugareños. Además, según determinó el estudio, el agua del lago contiene un alto nivel de plomo que tampoco es apto para el consumo humano. Las consecuencias por consumir residuos de metales pesados son enfermedades como anemia, problemas intestinales, osteoporosis, problemas mentales y más.
Beber de esta agua puede ser mortal. Tampoco la pueden usar para asearse, pues provocaría granos en la piel y enrojecimiento de los ojos, como ya se ve en muchos niños. Algo que saben pero prefieren ignorar los médicos locales. “A los médicos no les gusta que digamos en público que un niño murió por diarrea, por la contaminación del agua que consumimos. Nos dicen que nunca más nos van a atender si denunciamos, que no debemos alarmar, que los productos que exportamos van a bajar”, refiere Inquilla.
La dimensión del problema está llegando más allá y las autoridades no lo están tomando en cuenta, explica la alemana Willer: “Puno es una zona ganadera y lechera, y el queso de esa zona se vende en toda la región e incluso en Lima. Las propias autoridades regionales me confesaron que no pueden decir esas cifras en público, si no el impacto económico sería grande”.
Para obtener agua menos contaminada, Maruja tiene que, como todos los que viven en las riberas, manejar en lancha mínimo cinco kilómetros hacia el interior del lago. Los que no tienen la suerte de tener una lancha consumen directamente del agua de las orillas, la cual solo tratan de limpiar pasándola por un colador.
El precio por el silencio
Por exponer el tema en los pocos medios locales que la escuchan, Inquilla recibe constantes amenazas de las mineras de oro y empresas de agua. Ella y su familia ya han sido víctimas de agresiones físicas, además de robos en su casa y su chacra.
“Para dejar de hacer las denuncias, ofrecen trabajo para mí y para mi familia, auto y mucho dinero. Me dicen que me estoy sacrificando por nada, porque nunca me van a hacer caso. Que no me preocupe de otra gente, solo de mí. Pero siempre he rechazado todo y las consecuencias son las amenazas. Parece que estamos sentenciados a morir asesinados por los contaminadores”, cuenta la activista peruana.
De la majestuosidad en las orillas del lago más importante del imperio incaico, donde nació y creció Maruja Inquilla, solo queda el recuerdo que cada vez se hace más lejano: “Esto era un paraíso. Yo le cuento a los niños que allí antes habían peces más grandes como el carachi, pero me miran incrédulos. Por eso me duele y no es normal que nos quedemos callados”.
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