Reportaje: Los males que soporta el Lago Titicaca

21 septiembre 2009

21 de septiembre de 2009
Fuente: Los Andes
Nota de Albert González Farran*

El Titicaca, el lago navegable más alto del mundo, tiene su mitología bien guardada. De ahí su concepción de lago sagrado para los pobladores del altiplano andino. El pueblo inca dejó testimonio que en tiempos antiguos fue allí donde había construída una ciudad que los dioses mandaron inundar. Se habla que en el interior del lago se esconden todavía sus restos.

También se cuenta que de las aguas del Titicaca emergieron los fundadores del imperio inca: los reyes Manco Capac y Mama Ocllo, enviados por el Dios Sol para guiar a todo un pueblo en la edificación del Cusco, la capital del imperio.

FOTO: Albert González / LOS ANDES

Ahora, la gente que habita y vive del Titicaca es bien distinta. Ya no es la de siglos antes y, lamentablemente, el lago tampoco es el mismo. Su aspecto ha cambiado negativamente y todo apunta a que seguirá haciéndolo durante las próximas décadas si no se toman medidas.

SEQUÍA

Nicolás Núñez es uno de estos nuevos personajes del siglo XXI que habitan a orillas del Titicaca. Desde hace decenas de años cuida de su ganado y logra vivir del queso que vende en el mercado de Huata, en la península de Capachica. Su familia (un hijo pequeño y su esposa) se cuidan de los cultivos de forraje y de avena, con el que se alimentan.

Pero una familia de ganaderos a orillas del Titicaca es una empresa cada vez más complicada. La sequía de este año está siendo una de las más severas que se conocen en la historia y obliga a buscar los pastos en territorios más recónditos. Las orillas donde aparecen las plantas aptas para el ganado cada vez estan más alejadas de sus zonas históricas, y los ganaderos deben hacer largos desplazamientos por un lago inhóspito y moribundo hasta llegar a las primeras aguas para encontrar la humedad necesaria para el pasto.

En los primeros días de septiembre, el nivel de agua estaba situado en los 3.808 metros, un registro que está casi dos metros por debajo del nivel histórico (el promedio de los últimos sesenta años). Es cierto que los niveles del Titicaca fluctúan, pero no es frecuente que en esta época del año estén tan bajos. Si sigue así, a finales de año los niveles serán irrisorios y las consecuencias para los ganaderos serán dramáticas, que ya no saben hasta donde tendrán que arrastrar sus animales para alimentarlos.

Walter Núñez es un joven de 19 años, hijo de ganaderos. Sus padres se han dedicado toda la vida a levantar un negocio que también les ha dado queso para vender. Pero el joven Núñez hace tiempo que piensa en dejar esta vida. Los pocos beneficios que dan unas vacas cada vez peor alimentadas no son, hay que reconocerlo, un futuro muy esperanzador. “Pronto me volveré a alistar en el ejército como operador”, asegura. La ciudad, sin duda, se está presentando como una atractiva alternativa para las nuevas generaciones que ven que el Titicaca les garantiza poco.

Las zonas donde el agua ha desaparecido por completo cada vez es más grande, a la espera de las lluvias de la próxima primavera. En la misma costa de Capachica, los embarcaderos vacíos y botes abandonados son el aspecto de un espacio donde sólo existe tierra firme y algas deshidratadas. Y el panorama futuro no parece ser muy halagador, pues a parte de las severas consecuencias del llamado cambio climático, también están los estudios del Gobierno peruano de un proyecto de trasvase de agua. Esta medida, además de agudizar el panorama seco de muchas regiones, crearía un trastorno climático en las zonas pobladas. Los expertos aseguran que esta iniciativa provocaría que un área de 30 km2 (que afectaría de lleno la ciudad de Puno) sufrirá inviernos severos de hasta 20 grados bajo cero.

CONTAMINACIÓN

La conocida mancha verde que existe en el lago es producida por la lenteja de agua y otras plantas acuáticas que son bioindicadores de contaminación y que van creciendo exponencialmente, cubriendo toda la superficie del agua debido a la excesiva concentración de fosfatos y nitratos. Las plantas, al cubrir la superficie, ocasionan la muerte de los peces y la vida acuática que se encuentra bajo la superficie, es decir, de las especies endémicas y únicas del lago sagrado. Esto, a su vez, ocasiona un tremendo mal olor y que las aguas pierdan su capacidad de renovación, es decir, que el lago vaya muriendo.

La bahía de Cohana y los alrededores de Puno son las zonas más contaminadas del Titicaca, pero en todas sus orillas el lago está sufriendo una constante contaminación, tanto por las aguas servidas como por los desechos de la minería ubicada en sus alrededores y los afluentes. Es cierto que la bahía interior de Puno representa sólo el 0,19% del área de todo el lago, sin embargo este hecho se condiciona como una amenaza creciente, ya que en la actualidad aún no se cuenta con un sistema de tratamiento eficaz de aguas urbanas. Otra zona peligrosamente afectada por la contaminación viene a ser la desembocadura del río Coata, que trae consigo también aguas cloacales y residuos industriales procedentes de Juliaca.

Similarmente en cercanías al sector Ramis de la Reserva, en el distrito de Pusi, se tienen un alto riesgo de contaminación química debido a la presencia de pozos de petróleo deficientemente sellados, los cuales evacúan constantemente aguas salitrosas, petróleo crudo y otras sustancias tóxicas directamente al lago. Los efectos más evidentes hasta el momento son la salinización de tierras adyacentes, pérdidas de áreas de uso agrícola, deterioro del hábitat acuático y consecuentemente de los recursos y de la flora y fauna silvestres.

Hay acciones diversas que pretenden impedir, o al menos atemperar, esta realidad y la última fue fruto de un proyecto en común de las fundaciones Chijnaya (del norteamericano Ralph Bolton) y la asociación aymara Suma Marka. Tras dos años de preparativos, ambas entidades lograron convocar a medio centenar de personas, entre estudiantes, guardas comunales de la reserva del Titicaca y miembros de otras organizaciones ecologistas, para iniciar un proceso de sensibilización.

EXTERMINIO

Los sapos autóctonos (llamados comúnmente Ranas Gigantes) o las keñolas (aves acuáticas) están siendo las primeras víctimas de un proceso de exterminio que se acelera. Además de la contaminación del agua y del uso de redes pesqueras (letales para aves endémicas como el Zambullidor), el principal factor de este hecho es la quema indiscriminada de la totora, la planta típica del lago con la que se da de pasto al ganado e incluso se construyen las famosas islas flotantes de los Uros. Una gran parte del lago (especialmente la que afecta la zona de la Reserva Nacional) tiene como estructura natural los totorales, conformando una inmensa alfombra verde que alberga más de 60 especies de aves y ofrecen sustrato a muchas formas de vida acuática entre las que destacan peces, anfibios e innumerables organismos invertebrados.

La quema de totora es una práctica ancestral que desde hace siglos practican los agricultores y pobladores de la zona para acelerar el proceso de rebrote. Pero además de la polución que ocasiona el humo de estas quemas, ello impide la correcta reproducción de muchas aves. El totoral alberga gran número de especies de avifauna, les proporciona alimento, refugio contra la depredación y el clima, hábitat para la nidificación y constituye el sustrato y medio de protección de huevos y estadios juveniles de peces y anfibios. Sin la totora, todo ello se echa a perder. Estas quemas, añadidas a la caza furtiva, podría generar alteración de ecosistemas y aparición de plagas con la subsecuente disminución de ingresos de los que se sirven de este recurso.

La quema de totorales es ocasionada por los comuneros que viven dentro y fuera de la Reserva Nacional del Titicaca por una práctica equivoca de querer mejorar este recurso eliminando miles de nidos y destruyendo la biodiversidad. Pero otras comunidades optan por su simple extracción. Muchos pobladores salen temprano de sus casas, cuando todavía no ha salido el sol, algunos cargados con botellas de alcohol puro para combatir el frío, y llenan sus botes hasta la saciedad con totora fresca para la construcción de sus viviendas, el reforzamiento de islas flotantes, la confección de embarcaciones (balsas de totora), forraje para ganadería y artesanía.

El estudioso puneño Samuel Frisancho aseguró en 1992 que en las costas del lago Titicaca existieron hace 20 años los verdaderos bosques de totora, llamados totorales, especialmente en la región Puno, Huata y Capachica. La sequía, la masiva extracción y las quemas están haciendo que los ribereños se queden sin su principal recurso.

LA RESERVA NACIONAL

El lago está ubicado en la parte central y meridional de la meseta de Collao, en el altiplano del Perú y Bolivia, con una extensión de 8.300 km2, de los cuales 4.966 pertenecen al Perú. El Titicaca es considerado como el lago navegable más alto del mundo, pues se ubica a 3.810 metros sobre el nivel del mar y alcanza una profundidad de 304 metros. Se alimenta de las lluvias y de numerosos ríos que nacen en la cordillera de los Andes, y luego sus aguas son desplazadas a través del río Desaguadero hacia el lago Poopó en Bolivia.

En su entorno se presentan numerosos accidentes geográficos como los golfos de Puno y Juli, penínsulas e islas como Taquile y Amantani así como las curiosas islas flotantes de los Uros. Todo un obsequio de la naturaleza que viene a simbolizar una auténtica forma de vida.

En este lago se estableció, en 1978, la Reserva Nacional del Titicaca con el fin de proteger y preservar los recursos naturales que allí se encuentran. El área delimitada por la reserva cubre el 90% de la biodiversidad del lago entero y la intención de la entidad es garantizar el desarrollo sostenible de las poblaciones de la orilla y la conservación participativa de sus valores naturales y culturales. Así de simple parece, pero el área a proteger es tan gigantesca que resulta una labor casi inabarcable.

La Reserva Nacional cuenta con apenas media docena de guardaparques que sólo pueden patrullar dentro del lago una vez al mes por falta de recursos, especialmente de combustible. La mayoría de tiempo lo pasan recorriendo el perímetro terrestre.

Justo Jallo Quispe, de 61 años, es el gran veterano de la plantilla de guardaparques. Ha dedicado la mitad de su vida a velar por áreas reservadas del Perú (en Lima, en Paracas, Arequipa, en Tampopola…) y desde hace varios años está de vigilante en el Titicaca, siendo testigo de grandes cambios. “En los inicios, prácticamente no teníamos nada para patrullar y los recursos eran mucho más precarios”, explica.

Actualmente, hay tres puestos de guardaparques, en Yapura, Huancané y Carata, pero sólo en el primero la Reserva Nacional dispone de un edificio en propiedad. El trabajo de los guardaparques, además de vigilar y denunciar las negligencias que se cometen, hacen un intenso trabajo de sensibilización entre la sociedad comunal. “No podemos hacer de policías, sino que buscamos la complicidad de la gente”, explica el joven César Monzón, que empezó como voluntario en el 2003 y que ahora ya forma parte de la plantilla de guardaparques.

La escasez de recursos y de personal obliga a contar con la complicidad de organizaciones no gubernamentales, de voluntarios y, sobre todo, de los 63 guardas comunales elegidos por los comités locales. Ellos son los que difunden entre sus vecinos los principales preceptos de la Reserva Nacional.

Por encima de todo ello, está el trabajo de coordinación del director de la entidad, David Araníbar. “A veces recuerdo con nostalgia mis tiempos de guardaparque, cuando patrullaba con libertad por todo el lago”, confiesa Araníbar enterrado entre documentos, formularios, impresos e informes de su despacho. Además de administrar el trabajo que hace la entidad, Araníbar es el responsable de sacar, de donde sea, los recursos para rentabilizar al máximo la actividad de sus empleados. Los pocos más de 200.000 soles anuales que el Estado aporta a la organización no son, ni mucho menos, suficientes y por ello se cuenta con ayudas internacionales, programas de fondos de inversión o el dinero en concepto de contraprestación por grandes obras como la construcción de la Carretera Interoceánica.

Quizás el Titicaca no será nunca más el mismo que los antiguos incas veneraban como lugar sagrado. La enfermedad del lago no es incurable y por ello muchos confían en resolver los problemas que ahora sufre. Como si de un enfermo se tratara, habrá que buscar las medicinas que lo saquen de esta situación.

* Albert González Farran es fotoperiodista de Barcelona (Catalunya, España) que colabora actualmente para el diario Los Andes.

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