África: El agua es oro

03 julio 2015

La vida de las mujeres en la República Centroafricana gira alrededor del agua. Juan Carlos Tomasi

Esta ciudad de casas bajas, humildes y diseminadas, sin otra luz eléctrica que la producida por los generadores de los que tienen dinero para comprarlos, llegó a disfrutar de hoteles y turismo en tiempos del emperador-dictador Jean-Bedel Bokassa (1966-1976). Algo más al norte, cerca de Chad, está el parque nacional Manovo-Gounda-Saint Floris, rico en flora y en animales salvajes. La sucesión de golpes de Estado y de guerras liquidaron el negocio de los cazadores millonarios. Por el parque ahora campan partidas de furtivos que viajan de Sudán a Camerón poniendo en riesgo la supervivencia de los grandes mamíferos y de las personas.

NdélÉ está estos días de enhorabuena: el Gobierno interino instalado en Bangui bajo la protección de la ONU acaba de enviarles 12 maestros, los primeros desde que estalló en el 2013 el último conflicto armado, el que enfrenta a las milicias sélékas (musulmanas) con las anti-balaka (cristianas). Pese a los adjetivos, no hay guerra de religión. Los dioses son una mera excusa en una contienda que nace en el 2006 y en la que se mezclan líderes irresponsables (François Bozizé y Michael Djotodia), un resquemor social (los musulmanes de la capital poseían gran parte del comercio), quejas territoriales (el norte se siente ninguneado) y el control de los diamantes, el oro y el uranio. Este último ya está en buenas manos: la empresa francesa Areva logró la concesión hasta el 2035.

Pobreza y muerte

Pese a estas riquezas teóricas, la RCA es uno de los países más pobres del mundo. De sus 4,5 millones de habitantes, según el censo del 2003, más de la mitad viven una situación crítica, desplazados por la guerra. Según el Banco Mundial, más del 60% de la población se halla por debajo del umbral de pobreza. De cada 1.000 nacimientos, 130 niños no llegarán a cumplir los 5 años. Antes los matarán la malaria, la desnutrición o la meningitis. La esperanza de vida de la mujer es de 52 años, 33 menos que en España. Enrica Picco, asesora de Asuntos Humanitarios de MSF y una de las grandes expertas en el país, asegura que “la RCA sufre una crisis estructural crónica con picos de emergencia humanitaria”.

En el muro de la casa de Kamissa está escrito a brocha: Dieu est grand. Tiene seis hijos: cuatro están con ella en Ndélé, y dos, en la capital. Abandonó Bangui en febrero del 2014, tras los graves incidentes en los que ambas comunidades se intercambiaron matanzas. Su huida fue dura y peligrosa, encaramada junto a los suyos en un camión repleto de desplazados. Kamissa es musulmana. Volvió a su otra casa en Ndélé por miedo. Aquí se siente más segura.

Mujer-coraje

Kamissa fabrica a mano coloridos pañuelos, uno por día. Con lo que obtiene por ellos, unos 3.000 CFA (4,50 euros), compra más tela y harina para fabricar unas tortitas que sus hijos venden en el mercado. Kamissa, de 44 años, es una mujer-coraje, la principal fuente de ingresos de una familia de ocho miembros. Está preocupada por el futuro de sus hijos, por su seguridad en un mundo repleto de armas. En el exterior se escucha el paso de un convoy de militares franceses. Es una de las muchas patrullas que recorren la ciudad y las carreteras de tierra. Es zona séléka, pero los milicianos tienen prohibido vestir uniformes y portar armas. Los franceses, bajo el amparo de la ONU, destruyeron hace semanas un grupo de todoterrenos artillados que se dirigían a Ndélé. Uno de sus helicópteros de ataque los despedazó. No hubo muertos. Era una advertencia.

En la catedral de Bangui los rezos suben verticales hacia un dios que no parece escuchar. La misa principal, programada a las siete de la mañana para esquivar el calor, está concelebrada con tres sacerdotes y 18 monaguillos vestidos de blanco. Algunos asistentes visten ropas con estampados de motivos religiosos, los rostros de los tres últimos papas de Roma y pañuelos con el lema I love Jesus. No hay miedo a mostrar las creencias porque cristianos y musulmanes viven separados desde el final del 2013. Es una misa apagada, lejos de la alegría contagiosa de las que se celebran en el África negra.

Un mercado bullicioso se extiende a ambos lados de la carretera principal que se dirige al aeropuerto. Hay casetas que sirven de banco, para el cambio de divisas y para la recarga de los móviles. La gente se mueve a pie o subida en unas motos-taxi en las que caben cuatro y cinco personas en un equilibrio circense.

Primera vicepresidenta del Consejo Nacional de Transición

Beatriz Epayé ha sido elegida la mujer del año en el 2015. Tiene 59 años y es madre de cuatro hijos, ya todos adultos. Es la primera vicepresidenta del Consejo Nacional de Transición, organismo que ejerce la función de un Gobierno provisional hasta la celebración de unas elecciones varias veces aplazadas. Siempre ha combinado su labor profesional con su familia. Como Kamissa, es otra mujer coraje, de las que sostienen en pie a su comunidad.

Epayé recibió el premio por su trabajo al frente de una oenegé dedicada al cuidado de los niños de la calle. "En muchas partes del país no existe el Estado", admite. "Estamos empezando a sentar las bases de este Estado aquí, en Bangui, con la intención de extenderlo al resto de la República Centroafricana. No estamos ante un conflicto religioso. Son las partes las que tratan de utilizar la religión para justificarse. Siempre hemos convivido en paz y sin problemas cristianos y musulmanes". Epayé asegura que la guerra ha dejado sin escolarizar a decenas de miles de niños durante tres años. "¿Cómo vamos a construir así el futuro?". Teme que su país caiga de nuevo en el olvido de la comunidad internacional.

De momento están 2.000 soldados franceses que todo el mundo llama sangaris, que es el nombre de la misión. La sangari es una hermosa mariposa local de alas rojas y vida corta. Les deberían sustituir 12.000 cascos azules. Los primeros, procedentes de Pakistán, empiezan a llegar a lugares remotos como Ndélé. Los paquistanís no hablan las lenguas locales ni el francés, que es el idioma colonial. Les será complicado romper el abismo cultural. La RCA es un país de considerable tamaño: 622.984 kilómetros cuadrados, algo más que España.

Roland Marchal, uno de los mayores expertos mundiales en RCA, es pesimista. "La presencia de los militares franceses obedece a un impulso de François Hollande, pero no hay plan, ni estrategia. Esto es ya un Estado fallido, pero aún es un poco exagerado hablar del peligro islamista. Antes tienen que darse más condiciones, como la llegada de predicadores radicales". Marchal está convencido de que la comunidad internacional desea organizar unas elecciones cuanto antes para generar la ficción del trabajo hecho e irse.

Ni Francia ni los países interesados en los minerales están dispuestos a invertir el dinero necesario para reconstruir el Estado. Uno de los problemas es que cualquier inversión de este tipo no sería rentable, pues las minas son artesanales y las empresas extractoras deberían realizar fuertes inversiones en un clima de inseguridad permanente. Picco, la asesora de MSF, cree que se "está promoviendo un discurso de normalización de la situación en el país que no representa la difícil realidad con la cual los centroafricanos tienen que enfrentarse cada día".

Sin infraestructuras

En el norte, la falta de Estado se refleja en el agua. En la época seca, hay escasez, y en la época de lluvias se producen inundaciones y desbordamientos que cortan toda comunicación por tierra con el centro y el sur del país. No hay infraestructuras ni planes de tenerlas. Cualquier traslado supone una pesadilla logística. Nunca se habla de kilómetros para medir una distancia, se habla de horas.

Las mujeres son un grupo de riesgo, como los niños sin escolarizar. Las mujeres están desprotegidas. Según la asesora de Asuntos Humanitarios de Médicos sin Fronteras (MSF), "ellas son las que están en casa, cuidan de los hijos, buscan el agua y la comida y no tienen armas para defenderse". Pese a los diversos acuerdos de paz firmados en Libreville, Brazzaville y ahora en Bangui no hay desarme. Las milicias séléka y anti-balaka están atomizadas: cada una depende del pillaje y del contrabando de minerales para sobrevivir.

Sara tiene un apellido extraño: Oignon. Así llamaban a su familia porque tenían campos de cebollas. Es cristiana y vive en Ndélé. Su casa es amplia y limpia: tiene dos edificaciones y más terreno que Kamissa. Son agricultores que cada vez deben desplazarse más lejos para cultivar. El terreno heredado de sus padres está a 15 kilómetros de la casa. Cultiva maíz, judías, mandioca y mijo. Además de la inseguridad general, Sara debe lidiar con el asunto de las vacas de los nómadas que cruzan por sus tierras, arruinando las cosechas. Dice no tener problemas con sus vecinos musulmanes, pero sí con el agua. Se levanta a las cuatro y media de la mañana para estar de las primeras ante el pozo y evitar la cola. Primero se trae la no potable y a media mañana va a otro pozo para recoger la potable. Su vida gira alrededor del agua. Cuando no cultiva, cose en una máquina de pedales para fabricar ropa que se pueda vender en el mercado.

El norte es tierra de paso de tribus nómadas como los mbororo, que proceden de Níger y Chad. Campan en la foresta, donde montan sus tiendas junto al ganado. Los excrementos atraen a las moscas. Son la imagen de la pobreza. Los nómadas son buscadores de agua. Les va la vida en ello: la suya y la del ganado. Cada grupo tiene un guía que se elige entre todos y se mantiene en el puesto hasta la muerte. El jefe del grupo con el que hablamos se hace llamar sultán Dadjo Hoti. Parece un árabe arrancado de Las mil y una noches. Los mbororo bajan a menudo hasta el pueblo de Djamassinda, donde Médicos sin Fronteras tiene un puesto de salud en el que su personal sanitario pasa consulta desde hace pocos días, tras meses de cierre por razones de seguridad. 
Los nómadas del sultán Dadjo Hoti no quieren regresar a Chad porque allí sus vacas se mueren en mayor número y carecen de atención médica. Tienen papeles de Chad y de la RCA en los que se les reconoce su condición. Si se les pregunta cuál es su país, el sultán responde: "Somos del centro de África".

La prima del sultán

Alime Ajime tiene 14 años, se cubre con una tela amarilla muy llamativa. Es la prima del sultán. Está junto a otras mujeres a la sombra, cerca del dispensario. Dice que está casada, pero que no tiene hijos. El marido no viaja con ella. No quiere hablar de ello, tampoco de las razones de la separación. Las mujeres que hacen cola para la consulta llevan uno o varios niños de la mano o en el regazo. El 40% de los casos son de malaria.

En la bacheada carretera al regreso de Ndélé nos detiene una familia. Sus miembros han oído hablar de la presencia de médicos extranjeros en la zona; quieren contar sus problemas. Sus animales están famélicos. El agua que obtienen del pozo es marrón. En la República Centroafricana, el agua está demasiado cerca de la superficie, por lo que está contaminada de impurezas. Cuando los sangaris salen de Ndélé de patrulla, los sélékas retiran los postes de los controles y se esfuman. Pasado el peligro de los franceses, los sélékas regresan a sus puestos. Es su modo de vida: saquear a los más pobres.

Al final del viaje, Bangui nos recibe en medio de una tormenta tropical. El río que da nombre a la capital y separa la República Centroafricana de la República Democrática de Congo es de una gran belleza. Al atardecer, los pescadores echan sus redes y se oye el croar de las ranas. Debajo de esta apariencia de paz están las armas, los señores de la guerra, los diamantes, la malaria y la pobreza de millones de civiles que lo que quieren es vivir con dignidad.


3 de julio del 2015

Fuente: ElPeriódico

Ramón Lobo

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