En los humedales y montañas del Anáhuac
08 julio 2014
Reconoce: “los pueblos originarios siempre son compartidos y siempre saben ver más allá, ellos sí son humanistas y cedieron el agua para que el gobierno la distribuyera a más comunidades, pues el agua es un recurso que no se puede negar. Pero desde entonces el agua se la han llevado para concesionarla y cobrarla”.
Actualmente, al barrio donde viven José Antonio y miles de habitantes, al sur de la Ciudad, el agua llega por tandeo: dos veces a la semana y por horas. La llave pública donde diario se surtían desapareció, y las tomas que les fueron instaladas tienen que ser succionadas con bombas, pero el agua no alcanza y hay competencia entre vecinos para ver quién llega primero.
En agosto de 2013, derivado del desabasto de agua y de las obras que desarrollaba la delegación Xochimilco entre los pueblos de Santa María Nativitas y San Luis Tlaxialtemalco, surgió la Asamblea Autónoma de Santa Cruz Acalpixca.
Ante la contradicción de argumentos y falta de claridad en la información dada por las autoridades sobre las obras de drenaje de aguas negras y obras hidráulicas para agua pluvial, y el hallazgo por parte de la comunidad de agua potable en los tubos instalados, la gente exigió y logró –por medio de la organización y presión social- la cancelación de la obra y el retiro de los tubos (existen videos); el compromiso de restablecimiento del abasto de agua a la comunidad al ciento por ciento y sin tandeos (pero a casi un año del conflicto, esto no se ha cumplido), y la entrega del estudio de impacto ambiental (lo que recibieron los pueblos fue un documento sin firmas de autoridades).
De esta lucha en la defensa del agua ha detonado, sobre todo entre l@s jóvenes, la necesidad de trabajar en equipo e informar a la comunidad la importancia de defender el territorio y preocuparse por los problemas locales. Cada mes realizan actividades culturales para la recuperación de la historia y vida comunitaria, y analizan alternativas para la ayuda mutua. Organizan talleres para niños como el de chilacayotes, globos de Cantoya, ecotecnias y casas sustentables. Ello, a pesar del hostigamiento ocasional de parte de las autoridades. “Se trata de platicar y trabajar para la comunidad”, dice José Antonio.
Patricia Becerril, ama de casa y con un profundo amor a su pueblo, nos relata que ella pertenece al Comité San Lucas Xochimanca, también en Xochimilco. Decidió integrarse a la lucha luego de la imposición de un coordinador territorial. Por medio de dádivas, “fue impuesto para ser controlado; precisamente porque no aman al pueblo son fáciles de controlar”. Ella participó luego en el rescate del panteón por decisión de una asamblea y en la defensa de la presa. “Pero sólo tenía el amor a mi pueblo, a lo que los abuelos nos heredaron. Nos dimos cuenta que para defender el agua teníamos que aprender. Fuimos a cursos y estuvimos en varios congresos y nos conformamos como comité en la Comisión Nacional del Agua (Conagua) y ahí nos enteramos, sin querer, que las aguas que ellos llaman ‘mezcladas’ ya están concesionadas por más de 30 años”.
Ella, junto con más vecinos, trabaja por el rescate del vaso regulador en Xochimanca, regalo de los abuelos de 28 hectáreas y una heredad de más de 30 años de lucha por el saneamiento para el aprovechamiento del agua de lluvia y su reacondicionamiento para el refugio de la vida silvestre. Exigen la recuperación de la presa para las actuales generaciones, pues dice doña Patricia, “es triste que preguntes a los jóvenes ‘¿qué te parece la presa?’ y ellos contesten ‘¡perdón, eso no es una presa, eso es mierda!’, pero es lo que les tocó ver a ellos”.
Los contemporáneos de doña Patricia recuerdan que hasta mediados de los años 60’s se alimentaron gracias a la presa, pescaron y vieron el nado de los patos. La comunidad se reflejaba en el espejo de aguas cristalinas de la presa. También recuerdan que eran proveedores del vital líquido a la zona chinampera de Xaltocan en diferentes épocas del año. “La única alternativa como pueblos es organizarnos y defender nuestro territorio. Es una situación grave, me da tristeza, pienso en los niños y en las futuras generaciones; me duele que no tengan cosas hermosas”.
Por otra parte, en Milpa Alta, este junio se cumple un año de que, gracias a la presión social, se frenó el intento de perforación de un pozo de extracción –que se sumaría a otros en las montañas del sureste de la ciudad-. Esto ocurrió en San Pedro Actopan. En la noche del 20 de junio, en la plaza del pueblo varios oradores atocpenses, comuneros principalmente, defendieron su agua con explicaciones sencillas y con más sentido común que el de los funcionarios presentes. El comunero José Cruz reclamó la ausencia de una política integral en la gestión del agua en Milpa Alta. Dijo: “tal parece que el agua viene de la nada, el agua viene también del bosque, y en esa explicación (la de los funcionarios) no se mencionó nada de árboles (…) Todavía hay aquí personas que vieron en Nativitas, San Gregorio, Santa Cruz, Tláhuac y Mixquic ojos de agua. En menos de 60 años esos ojos de agua se acabaron”.
Esta experiencia de lucha replicó otra ocurrida en 2005, cuando la administración delegacional en turno intentó la perforación de dos pozos en Villa Milpa Alta.
Lo único que han hecho los milpaltenses, y el resto de los pueblos originarios en el Valle de Anáhuac que todavía ostentan en sus territorios recursos necesarios para la reproducción social y cultural de las comunidades rurales, es ejercer su derecho a decidir sobre su territorio y defender uno de los bienes, el más vital, para las generaciones futuras. La defensa del territorio es hoy más que nunca la posibilidad de vida para los pueblos y las comunidades, y lo es también para el resto de la ciudad urbanizada, que sin embargo es depredadora.
Históricamente, son las comunidades originarias del Distrito Federal las que han mantenido, defendido y compartido los bienes comunes como la biodiversidad, el agua, los recursos genéticos agrícolas, los bosques y el conocimiento. Todo ello para una ciudad que irracionalmente incauta y margina el patrimonio de los pueblos, con un modelo económico insaciable.
Ante el panorama de intentos de despojos, algunos frustrados y algunos no, es necesario introducir un nuevo paradigma donde la ruralización de la ciudad sea la posibilidad de existencia de las culturas milenarias, junto a las sociedades modernas. Para que los bienes comunes sean verdaderamente colectivos y transgeneracionales. Las montañas y los humedales, necesarios para la subsistencia de la capital mexicana, requieren de la permanencia, el reconocimiento y respeto a las comunidades y sus formas organizativas. El actual modelo económico pone en riesgo los bienes comunes, pues sistemática y recurrentemente los depreda, deteriora y confina a costa de la carencia, el sufrimiento y la sed de miles de capitalinos.
Más información en Facebook: Frente Autónomo de Xochimilco, Consejo Xochitepec,
Comité San Lucas Xochimanca, Axolotl Ajolote.
08 de julio de 2014
Fuente: La Jornada del Campo