Mortífero oro negro

07 mayo 2010

6 de mayo de 2010

Fuente: Reforma
Por Myriam Vachez

En el Golfo de México, no muy lejos de la costa de Estados Unidos, cada día se escapan miles de litros de petróleo de su yacimiento original para conformar en la superficie una enorme mancha que se expande y, tranquila, se deja llevar por el oleaje, los vientos, hasta llegar, en una primera etapa, a las hermosas costas de Luisiana de frágiles humedales y maravillosa variedad de vida silvestre. A su alrededor, los humanos, febriles, hiperactivos, desafiando los fuertes vientos, la lluvia, las olas, multiplican recursos y tecnologías de punta para intentar detener el derrame y contener la expansión de la mancha de crudo. Los esfuerzos han sido inútiles. El valioso oro negro sigue brotando, la mancha sigue creciendo, la situación parece incontrolable y empiezan a circular las conocidas fotos de aves de cuyas plumas escurre el viscoso líquido o de tortugas muertas porque justamente en esta época se acercan a las costas a desovar. Esperemos que la mayoría de las especies marinas que necesitan salir a respirar hayan logrado retirarse de esa zona nefasta en busca de aguas más hospitalarias.

Obviamente, el mayor problema reside en lo que no se ve, en aquellos organismos que no pueden moverse: las algas incapaces de realizar su indispensable fotosíntesis por culpa de la capa oscura que impide el paso de la luz, las almejas y las ostras que tienen que filtrar el agua contaminada, el simple plancton… de estos organismos depende un montón de otros seres para sobrevivir y, al morir o contaminarse el inicio de la cadena alimenticia, es fácil vislumbrar hasta dónde llegan las consecuencias.

Lo que más debe desesperar a los ecologistas es que hace menos de un mes que Barack Obama puso fin a la moratoria que durante más de 20 años impidió la exploración petrolera en zonas marinas próximas a las costas de Estados Unidos, moratoria cuyo objetivo era precisamente proteger el medio ambiente. Y que parece de verdad una mala jugada del destino el que justamente en estos momentos, cuando no han dejado de manifestar su desaprobación a la medida tomada por Obama, la plataforma Deepwater Horizon, una de las mayores del mundo y equipada con la tecnología más avanzada existente, que llevaba nueve años trabajando con éxito, rompiendo récords de perforación en aguas profundas, explote y se hunda, llevándose consigo 11 vidas humanas y causando un daño ecológico de magnitud aún incalculable, con el aviso de que la British Petroleum (BP) tardará 2 o 3 meses en contener el derrame.

Hasta hoy, la BP, que sólo rentaba la plataforma pero que fue señalada como responsable por el presidente Obama, se ha comportado a la altura, multiplicando esfuerzos y recursos, anunciando que asumirán todo el costo de las tareas de limpieza, intentando medida tras medida, más cara una que otra, para tratar de controlar el derrame. Ha ofrecido indemnizar a las familias de las 11 víctimas de la explosión y hasta establecido una línea telefónica para que las personas que hayan sufrido alguna pérdida a raíz del derrame de crudo llamen “para solicitar compensación”. ¿Sabrán realmente el alcance de esto? ¿Se imaginarán cómo estará esa línea telefónica cuando todos los pescadores de la costa sureste de Estados Unidos y todas las personas cuyos negocios se vean mermados por la falta de pescado y de mariscos o simplemente de turistas, llamen para pedir ser compensados?, ¿cuando les lluevan las demandas por daños ecológicos y hasta los gobiernos de los estados costeros les pidan compensación? Quizá recuerden entonces la declaración inicial de su director: “Aunque asumimos nuestra responsabilidad, no es nuestro accidente. No era nuestra plataforma, no era nuestro equipo, no era nuestra gente ni nuestros sistemas ni nuestros procesos. Era la plataforma de Transocean, sus sistemas, su gente, su equipo”.

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