Venezuela: FOTORREPORTAJE Un pueblo añú que sucumbe: Sinamaica

09 agosto 2012

9 de agosto de 2012

Fuente: panorama.com.ve

Por Mónica Guevara

Aquella agua reposada y que en otrora se movía apenas por los surcos que marcaban los remos de los indígenas al navegar ya no es tan tranquila en la laguna de Sinamaica, al norte del estado Zulia, en el municipio Guajira.

Tampoco son los aborígenes los que precisamente se ven atravesar a punta de remo en aquella zona que fue calificada de pequeña Venecia por los primeros exploradores españoles, por la estructura de sus viviendas sobre pilares en el agua, pues más de la mitad de su población ancestral, los añú o paraujanos, ha desaparecido en aquella “tierra de agua”, de 1.500 metros cuadrados de extensión, aproximadamente, y que alberga a unos 4.500 habitantes.

Ahora la laguna se mueve con los pronunciados marullos que deja el paso de las lanchas a motor, que en su mayoría conducen mestizos o inmigrantes criollos que han llegado de otras tierras, en busca “del progreso”, escondido detrás del contrabando de gasolina, actividad que ha desplazado a la pesca y la artesanía, fuentes de trabajo que en los antepasados sustentaron los hogares de los paraujanos en la laguna, según afirman sus propios habitantes, los mismos que dan fe de que hoy, cuando se celebra el Día Mundial de los Pueblos Indígenas, aquel pedazo de Guajira sucumbe entre la desaparición de su etnia y un proceso en vías a su aniquilación cultural.

“Los paraujanos puros ya se han muerto casi todos. Los que no, se han ido; se los han llevado sus hijos para El Moján o Maracaibo, se han regado por otras zonas. Ya aquí no queda ninguno, solo estamos los descendientes y gente que se ha venido de otros pueblos”, asegura María Auxiliadora Ferrer, de 82 años, con un español clarito, pues no habla la lengua materna (arawak), al igual que el resto de la población.

Desde su colorido chinchorro, esta mestiza, una de las de mayor edad en la laguna, reconoce que “ya las cosas no son como antes en el lugar, se han perdido las costumbres, las tradiciones, se ha perdido hasta la belleza natural de este pedazo de tierra”.

Su afirmación se constata cuando Marcos Fuenmayor, de 54 años, uno de los lancheros que traslada a los esporádicos turistas, rememora: “Antes el agua era más limpia, había más (diversidad de) animales, era una tierra más silenciosa, la gente vivía más de la pesca, ahora ya no se puede por la sedimentación; también se vivía de la artesanía. Ya eso ha dejado de ser, quienes aún lo trabajan lo hacen por encargo y lo sacan a vender fuera de aquí. Hoy mucha gente vive del contrabando”.

Su afirmación se constata a medida que se hace el recorrido por los diversos sectores de la laguna, donde el sopor del ambiente refleja que es una tierra que arde entre sus palafitos de madera de mangle, esteras y enea, muchos de ellos en estado de deterioro bastante visible y sin servicios públicos, a la espera de ser sustituidos por nuevas estructuras ofrecidas por el Gobierno —desde hace dos años—. Sin embargo, irónicamente, algunos de ellos dotados de un equipo de sonido que opaca por segundos el ruido del motor de la chalana que va pasando.

Los que tienen este “lujo”, como dice una ama de casa que prefiere identificarse solo como Carmen, “dejaron de vivir de la pesca”.
“Los palafitos que se ven más ‘acomodados’ son de gente que vive del bachaqueo de gasolina, la actividad que figura ahora como la mayor fuente de empleo del lugar. ¿Y cómo no? Si ya no hay qué pescar aquí. Con el bachaqueo hay gente que trabaja poniendo las pipas, otros son dueños de lancha, hay quienes se ganan su parte como lanchero y otros como ‘mosca’ (quien acompaña al lanchero y vigila la zona). Por eso es que ahora en la laguna hay gente de otras zonas; ese es el ‘progreso’ que dicen que vienen buscando aquí”, cuenta la mujer, de 32 años.

Las palabras de María Auxiliadora, de Marcos y de Carmen dan cuenta de que en la memoria colectiva y la narrativa de los pobladores existe un antes y un después de la laguna, lo que no saben explicar es cuál factor influyó entre ese antes y ese después y qué afectó tanto al lugar y su cultura. “No sé, sería la contaminación, la falta de atención de los gobiernos, el hambre, la falta de trabajo”, suelta la abuela rodeada de nietos, sin ningún rasgo característico y visible de la etnia.

Para Morelva Leal, antropóloga y profesora de la escuela de Antropología de la Universidad del Zulia, la situación se debe a diversos factores que han influido en la merma de la costumbre añú. “Hay que tomar en cuenta que todas las culturas son cambiantes y ninguna se estanca en el tiempo. En el caso de los paraujanos, el cambio en el medio ambiente ha sido uno de los elementos influyentes. La contaminación ha fracturado el ecosistema y no solo me refiero al agua, sino también al hombre y es precisamente porque son hombres de agua”, expone la catedrática.

Leal asegura que los cambios en el ecosistema han provocado, por ejemplo, que quienes viven de la pesca deban acudir a otros sitios a ejercer la actividad, lo que contrae el deterioro de las condiciones familiares por estar tanto tiempo fuera del hogar. Sin dudar, la antropóloga califica la proliferación del contrabando de gasolina como otro de los factores que ha resquebrajado la cultura del lagunero. “Es el negocio con el que la mayoría se está sustentando en el lugar, pues es millonario y de resultados rápidos —aunque sea riesgoso— y eso forma parte del consumismo”, asevera.

La antropóloga menciona una “criollización del añú”, amparada, básicamente, en las presiones sociales que han trastocado a la etnia. “En algunos casos cuando se han hecho estudios sobre el grupo la visión o interpretación de los resultados ha sido despectiva y eso los avergüenza de su propia cultura. Eso también ha tenido que ver con su criollización y con el abandono, poco a poco, de sus costumbres. Sin embargo, con ellos se sigue trabajando para preservar sus raíces, se han realizado varias publicaciones; se está tratando de impartir la lengua en la Escuela Bolivariana, se intenta obrar por la restitución de las costumbres, pero hace falta más apoyo”, sostiene Leal.

Mientras tanto, la laguna va cambiando la forma los aspectos que la conforman y cada habitante lo va notando. “Otro punto ha sido en la religión. Hay quienes veneran a la Virgen del Carmen y los que profesan la religión evangélica, pero ya poco se escucha sobre los rituales religiosos propios del añú. Se ha aplacado la brujería, la gente se ha entregado más al Señor, pero ya no se ven rituales a ningún otro Dios que no sea Jesucristo”, cuenta Eudo Báez, de 53 años, encargado de la custodia y el mantenimiento de la iglesia de la Virgen del Carmen, el único templo religioso que hay en el sitio.

Ante la necesidad de trabajar por la recuperación cultural entre los paraujanos Báez no duda en soltar: “Que se haga algo por resaltar lo que somos siempre será bienvenido. Siendo el último pueblo que aún mantiene parte de lo que fue el modo de vida de nuestros ancestros, como vivir en palafitos o el corte de enea, debe considerarse como un privilegio”.

Lo cierto es que los añú siguen haciendo vida en la laguna desentendiéndose poco a poco de la cultura concebida por la etnia y acercándose más a la cotidianidad del criollo común, mientras, de vez en cuando, se hace un trabajo por su rescate.

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