La cuestión del agua en La Laguna

10 abril 2008

El Siglo de Torreón

Gerardo Jiménez González – 09 de abr de 2008

La reciente difusión que Francisco Valdés hizo de datos sobre valores de arsénico en el agua extraída de pozos que suministran la demanda urbano-doméstica de Torreón, ha puesto nuevamente en la mesa de discusión la cuestión del agua en la región. Tal parece que el líquido que consume la población de la principal ciudad de La Laguna no reúne los estándares de calidad en torno a este componente que provoca un problema de salud pública, indicando con ello que ya no sólo es una cuestión que afecta a algunas comunidades rurales.

Ciertamente, la cuestión del agua en nuestra región presenta una problemática compleja con múltiples vértices que tiene que ver particularmente con los diferentes usos y usuarios de este preciado recurso natural. De entrada, los laguneros no hemos comprendido el lugar privilegiado en que vivimos, ya que La Laguna no sólo consume (no produce) el 50% del agua disponible aprovechada dentro de la cuenca de los ríos Nazas y Aguanaval, (en alrededor de 100 mil km2), sino que también es el espacio geográfico que mayor agua dispone por unidad de superficie en el conjunto de la ecorregión del Desierto Chihuahuense mexicano (en alrededor de 400 mil km2, que abarca gran parte de 7 estados del Norte de México).

Tal privilegio nos hizo comportarnos como aquellas personas que se vuelven ricas de un día para otro, que no saben cómo gastarse el dinero, terminan despilfarrándolo y en poco tiempo se quedan como estaban o peor. Para soportar lo anterior sólo hay que hacer un breve repaso de la historia económica de La Laguna, la cual está estrechamente relacionada con el uso del agua de manera importante al menos durante los dos últimos siglos, cuando se empezaron a aprovechar los escurrimientos superficiales de ambos ríos para cultivar comercialmente el algodonero (1830), y durante los últimos 50 años cuando se extrajeron aguas del subsuelo, primero, para ampliar las superficies de cultivo por el aumento en la demanda de la fibra provocada por la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de Corea, y después para apoyar la diversificación productiva debido a la segunda crisis del algodón que favoreció su sustitución por cultivos hortofrutícolas y forrajes. Ambos factores condujeron a que se llenara de agujeros el suelo lagunero en beneficio del crecimiento económico regional, permitiendo a su vez la formación de importantes fortunas entre empresarios agrícolas.

Los laguneros hemos creído que el agua es un recurso cuya disponibilidad puede ser constante en el tiempo, pero no hemos tomado en cuenta que en algún momento las cosas podrían cambiar como ocurre con el clima y que estos cambios nos afectan, como está sucediendo con las sequías cada vez más frecuentes y en ciclos más largos, disminuyendo la disponibilidad del recurso.

Hemos cometido errores como concesionar 700 Mm3 de aguas subterráneas del acuífero principal cuando sólo se disponían 500 Mm3 por la recarga natural, y peor que ello, extraemos el doble de este último volumen. Quizá no nos sentimos responsables de tal decisión porque fueron las autoridades hidráulicas quienes autorizaron tales extracciones y concesiones, o simplemente no somos los principales usuarios del agua, porque el 84% del volumen disponible en el acuífero principal se destina a la agricultura, lo cual no necesariamente sea malo, sino porque los usuarios agroganaderos no han demostrado responsabilidad en su uso al sobreexplotar las aguas subterráneas. Todos somos responsables porque consumimos esta agua y porque permitimos este patrón de uso, ya que de esta fuente depende el suministro para 1.2 millones de personas.

El asunto es que en 2008 se nos informa que a pesar de disponer privilegiadamente de este recurso, ahora se nos diga que tomamos un mugrero de agua, y que por ello nos exponemos a resentir problemas de salud como cáncer y aumentemos la propensión a la diabetes. Pero también se nos dice que la solución al problema es construir una potabilizadora a un costo millonario como si lo que importara es el negocio del agua, cuando lo que debemos hacer es buscar soluciones más racionales que aseguren un desarrollo sostenible a largo plazo de la región, como sucedería si permitimos el flujo de aguas superficiales sobre el cauce del Río Nazas en la franja conurbada para mejorar la recarga y, muy probablemente, disminuir la concentración de sales en los conos de abatimiento donde se bombea agua para usos urbano-domésticos.

Esto no excluye la necesidad de regular y reducir la extracción en los pozos actuales realizando un manejo responsable del agua, porque de otra manera sólo estaríamos dándole vuelta al asunto sin resolverlo, y entonces el eslogan de "vencimos el desierto" se evidenciaría como lo que es: un simple cliché con el que nos hacemos tontos entre nosotros.

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