El drenaje, un viaje al inframundo de la Ciudad de México
18 septiembre 2017*Imagen de portada: Julio César Cu Cámara, buzo del drenaje de la Ciudad de México. Foto: Ángel Plascencia, tomada de El País.
16 de septiembre de 2017
Fuente: El País
Nota: Elías Camhaji
De repente todo se pone oscuro. El miedo se apodera del cuerpo de Julio César Cu Cámara, el único buzo de aguas negras de México y, probablemente, del mundo. Su vida pende de un hilo: un tubo controla el oxígeno que llega a su casco y un cable lo detiene de caer al abismo, en las profundidades del drenaje de la Ciudad de México. Cu apura el último cigarrillo antes de la inmersión. La plataforma desciende lentamente y él baja el ritmo de la respiración. Hay botellas de plástico, vidrios rotos, animales muertos, desechos humanos. Es lo que se ve en la superficie. Abajo la visibilidad es nula. “El trabajo es totalmente peligroso, pero me fascina, me gustan la adrenalina, la emoción, los retos difíciles”, afirma con una sonrisa pícara. Es otro día más en la “oficina”.
Neveras, microondas, autopartes y vehículos completos, restos de animales, troncos, fetos. Ante su casco ha pasado de todo. Lo imaginable y lo inimaginable. “Lo más desagradable, personas. Es una sensación que no te puedo describir”, hace una pausa y continúa: “Se mezclan muchos sentimientos, la responsabilidad de que tu labor sea bien hecha y el agradecimiento de los familiares cuando entregas el cuerpo”.
Cu no solo tuvo que aprender a lidiar con el miedo, sino con el asco. Le ofrecieron el puesto en agosto de 1983, después de certificarse como buzo comercial e industrial. “Trato de no pensar, me concentro en mi trabajo. Pienso mucho en mi seguridad, pero tengo mucha confianza en la gente que está arriba y me está cuidando. Pienso en mi familia y en mí, y espero que todo salga bien”, relata.
El plan era quedarse por tres meses, para integrarse a una unidad especial que da mantenimiento a la red de desagüe y atiende emergencias urbanas. Han pasado más de tres décadas y al rozar los 60 años no quiere dejarlo. “Cuando les digo que soy buzo, me dicen ‘¡qué padre!’, pero cuando les digo que soy buzo del drenaje, me responden que estoy loco, que qué hago ahí”, dice entre risas al pie de la planta 3 del Gran Canal, al oriente de la ciudad.
La tarea es titánica. Un buzo y tres ayudantes deben revisar más de 80 plantas de bombeo. Más las alcantarillas, los túneles y las operaciones de emergencia. La bitácora de Cu es un reflejo fiel de los últimos desastres hidrológicos de la ciudad, como la formación de un gigantesco socavón en la almendra central de la capital el pasado 31 de agosto y el desbordamiento del río San Buenaventura, al sur de la metrópoli, que dejó decenas de coches varados, así como avenidas y cientos de casas bajo el agua una semana más tarde.
Pocos conocen la red de desagüe como él y, aunque es mesurado en sus palabras, su diagnóstico es devastador. “Tiene que haber casi un cambio total de casi todo el drenaje. Es urgente. No será un trabajo que se lleve un año, tomará al menos 20 o 30 años”, sentencia. Cu identifica dos problemas principales: las cantidades inmensas de basura que genera la metrópoli y una infraestructura que padece lo embates de una mancha urbana que ha crecido a un ritmo vertiginoso e insostenible.
“La Ciudad de México ha librado durante siglos una batalla contra el agua, pero es una guerra destinada al fracaso”
Elena Burns
“La Ciudad de México ha librado durante siglos una batalla contra el agua, pero es una guerra destinada al fracaso”, señala Elena Burns, del colectivo Agua para todxs. Concebida en una cuenca cerrada sobre cinco lagos planos e impermeables, la capital ha hecho esfuerzos sobrehumanos para desahogar las presiones hídricas desde el reinado de Nezahualcóyotl en el siglo XV hasta ahora, alertan los especialistas.
La columna vertebral del desagüe capitalino depende de cuatro sistemas. El tajo de Nochistongo, la primera salida artificial de agua de la urbe, se inauguró en 1789. La segunda red fue la primera etapa del Gran Canal y se terminó en 1900, bajo el Gobierno del autócrata Porfirio Díaz. La segunda etapa de esa obra ha estado en uso desde 1954. Las obras del drenaje profundo, el más eficiente al funcionar casi en su totalidad por gravedad, concluyeron en 1975. “Una estructura hidráulica tiene, cuando mucho, una vida útil de 50 o 60 años y estamos hablando de que parte del drenaje ha operado más de 200 años”, advierte Agustín Breña, especialista de la Universidad Autónoma Metropolitana. “Esta ciudad está condenada a las inundaciones, el sistema ya no tiene capacidad y está completamente rebasado”, agrega Breña.
La megalópolis se hunde en arenas movedizas. Depende en un 70% de aguas subterráneas sobreexplotadas y cada vez más profundas (hasta 500 metros en el subsuelo) y solo extrae un 1% de los 35 ríos que desembocaban en la ciudad y que hoy están entubados o contaminados. La sobrexplotación ha provocado hundimientos, que han cambiado las pendientes de los colectores del drenaje y que han obligado a bombear las aguas pluviales y residuales, reduciendo la capacidad original de desagüe, explica Breña.
La presión y la falta de mantenimiento han provocado fisuras y las fugas se traducen en la superficie en grietas y socavones. Las zonas que no tienen agua durante el estiaje, son las que más se inundan en temporada de lluvias. “Hay una relación directa entre la inequidad en el acceso al agua y la vulnerabilidad a inundaciones”, apunta Teresa Gutiérrez, directora del Fondo para la Comunicación y la Educación ambiental.
Gutiérrez expone que a cada crisis hidrológica del agua en la ciudad ha seguido una megaobra. La nueva apuesta del Gobierno mexicano es el Túnel Emisor Oriente: “La obra de drenaje más importante en el mundo”, en palabras del director de la Comisión Nacional del Agua (Conagua), Roberto Ramírez. Es un proyecto transexenal, que inició en 2008 y mide 62 kilómetros por siete metros de diámetro, con la capacidad de manejar 150 metros cúbicos por segundo.
“Estamos hablando de que parte del drenaje ha operado más de 200 años”
Agustín Breña
Tenía un presupuesto inicial de 12.000 millones de pesos (más de 1.100 millones de dólares, al tipo de cambio de inicios de ese año). Después de que la inauguración se ha pospuesto varias veces, el costo se ha elevado a más de 32.000 millones de pesos según extitulares de la Conagua citados por el diario Excélsior y a más de 23.000 millones de pesos, según fuentes oficiales. Hay un avance del 80% en la obra, pero la fecha de conclusión sigue en el aire, con dudas de que se abra a mediados de 2018, antes de que termine el mandato del presidente, Enrique Peña Nieto.
“Hay una relación directa entre la inequidad en el acceso al agua y la vulnerabilidad a inundaciones”
Teresa Gutiérrez
Los especialistas son tajantes. El agua se asume aún como un problema y no como un recurso. La terquedad de ir contracorriente (literalmente) se mantiene pese a la vocación lacustre de la cuenca del Valle de México. Se padece la ausencia de incentivos políticos para coordinar esfuerzos entre los distintos órdenes de Gobierno. No se subsanan los rezagos en infraestructura. Se producen a diario cantidades gigantescas de basura que bloquean las alcantarillas. La corrupción permite construir proyectos inmobiliarios en los últimos reductos de las zonas de recarga del acuífero de la ciudad.
“Tenemos el cóctel más peligroso, con el cambio climático como la aceituna del martini”, alerta Gutiérrez y ofrece como muestra los estragos de los huracanes y las trombas de las últimas semanas, que son cada vez más comunes y más potentes. “La toma de decisiones es opaca, vertical, autoritaria y no se abre a procesos de participación ciudadana”, sostiene Burns. Pero son pocos los que alzan la voz en la ciudad de las inundaciones y los socavones. “El ser humano se adapta a todo, a no tener agua, a inundarse… ¿Cuántas manifestaciones hubo por las inundaciones? Cuando ocurre algo decimos ‘ay qué feo se inundó’ y nada más, no protestamos y con eso las autoridades se quedan muy contentas”, lamenta Breña.